El temperamento melancólico tiene como un caparazón, pero debajo de todo una profunda sensibilidad. Esta nota característica del melancólico, hace que uno entienda muchas cosas cuando comprende el núcleo de su psicología. La expresión de sus ojos resulta ligeramente triste y preocupada. Santos con este temperamento: Apóstol San Juan, San Bernardo de Claraval, Santa Teresa del Niño Jesús
Recomendamos la lectura sobre «Los temperamentos. ¿Qué son?», para continuar. Además, recomendamos la entrada ¿Cuál es mi temperamento?, para realizar el TEST. Esta entrada se realizó según Conrado Hock en su libro «los cuatro temperamentos» con comentarios agregados.
Principales disposiciones de ánimo en el melancólico
- Propensión a la reflexión. En su modo de razonar, el melancólico se detiene demasiado en todos los antecedentes hasta las causas últimas. Como se da de buena gana a la consideración de lo pasado, siempre vuelve a recordar los acontecimientos tiempo ha transcurrido. Su pensamiento tiende hacia lo profundo; no se queda en la superficie, sino que siguiendo las causas y la conexión de las cosas, indaga las leyes activas de la vida humana, los principios según los cuales ha de obrar el hombre; sus pensamientos, por fin, se extienden a un vasto campo, penetran en el porvenir y se elevan hasta lo eterno.
El melancólico posee un corazón lleno de abundantes y tiernos afectos, misericordiosos por naturaleza, en el cual siente en cierto modo lo que piensa. Sus reflexiones van acompañadas de un misterioso anhelo. Al meditar sobre sus planes y particularmente sobre asuntos religiosos, se siente conmovido en su interior, y aún profundamente agitado… Pero apenas deja traslucir en su exterior estas oleadas de violenta emoción. El melancólico sin formación incurre fácilmente en un cavilar y soñar despierto, porque no es capaz de resolver las múltiples dificultades que de todas partes le asedian. Si una persona busca a alguien que le cuide, un melancólico es ideal, ya que ellos llevan la abnegación, casi hasta el heroísmo.
- Amor a la soledad. A la larga, el melancólico no se siente bien en la compañía de los hombres. Prefiere el silencio y la soledad. Esto un sanguíneo es casi imposible que lo entienda. Encerrándose en sí mismo, el melancólico se aísla de lo que le rodea y emplea mal sus sentidos. En presencia de otros se distrae fácilmente y no escucha ni atiende, por ocuparse con sus propias ideas. A causa del mal uso que hace de sus sentidos, no se fija en las personas, como si estuviera soñando, ni siquiera saluda a sus amigos en la calle. Semejante desatención y soñar a ojos abiertos le acarrean mil contrariedades en sus tareas y vida cotidiana.
- Seria concepción de la vida e inclinación a la tristeza. El melancólico siempre considera las cosas en su aspecto más negro y adverso, “no se puede”, “imposible”, ve el vaso medio vacío. En lo íntimo de su corazón se halla de continuo cierta suave melancolía, cierto “llorar interno”; lo cual no proviene, como afirman algunos, de una enfermedad o disposición morbosa, sino de un profundo y vivo impulso que el melancólico siente en sí hacia Dios y lo eterno, y al cual no puede corresponder, atado como está a la tierra por el peso y las cadenas de la materia. Viéndose ausente de su verdadera patria y teniéndose por peregrino en el mundo, siente nostalgia por la eternidad.
- Propensión a la quietud. El temperamento melancólico es un temperamento pasivo. El melancólico no conoce el proceder acelerado, impulsivo y laborioso, del colérico, del sanguíneo; es más bien lento, reflexivo, cauto; ni es fácil empujarlo a acciones rápidas; en una palabra, en el melancólico se nota una marcada inclinación a la quietud, “no nos movamos, quedémonos así”, la pasividad. Desde este punto de vista, podrá explicarse también su miedo a los sufrimientos y su temor a los esfuerzos interiores: la abnegación de sí mismo.
Especiales particularidades del melancólico. El melancólico es muy reservado.
- El melancólico difícilmente se acerca a personas extrañas, ni entra en conversación desconocida. Hay que sacarle las cosas con un tirabuzón. Revela su interior con suma reserva, y las más de las veces solo a los que tiene más confianza; y entonces no halla la palabra conveniente para declarar la disposición de su alma. Les cuesta la confesión, no por malos, sino porque deben hacer un esfuerzo de voluntad para sacar lo interior. No son como el sanguíneo que uno lo da vuelta como una hoja y ya vemos todo lo que hay.
El melancólico siente la necesidad de expresarse de vez en cuando acerca del estado de su alma, porque de hecho experimenta grande alivio, pudiendo comunicar a un hombre que le entienda los tristes y sombríos pensamientos que pesan sobre su alma. Pero hasta llegar a tal coloquio ha de superar numerosas dificultades, y en el mismo discurso será tan torpe que, a pesar de su buena voluntad, no encontrará calma. El colérico quisiera expresarse, pero no quiere, por su orgullo.
Tales experiencias le hacen todavía más reservado. Un educador ha de conocer y tener en cuenta esta nota característica del melancólico; de lo contrario, tratará a sus educandos melancólicos con gran injusticia. Por lo general, al melancólico le cuesta mucho el confesarse, no así al sanguíneo. El melancólico quisiera desahogarse por medio de un coloquio espiritual, pero no puede; el colérico pudiera expresarse, pero no quiere.
- El melancólico es de fábrica irresoluto. Por sus demasiadas reflexiones, por su temor a las dificultades, por su miedo de que le salga mal el plan o el trabajo a emprender, el melancólico no toma resoluciones.
Difiere de buena gana la decisión de un asunto, el despacho de un negocio. Lo que pudiera hacer en el instante, lo reserva para mañana o pasado, para la semana siguiente; luego se olvida de ello, y así le sucede dejar pasar meses enteros lo que pudiera hacer en una hora. El melancólico nunca acaba con una cosa. Muchos necesitan largos años hasta poner en claro su vocación religiosa y tomar el hábito. El melancólico es el hombre o mujer de las oportunidades perdidas, se le pasó el tren. Mientras los demás están ya al otro lado del foso, él se está pensando y reflexionando, sin atreverse a dar el salto. El melancólico es de las personas que nunca arranca, siempre hay que estar empujándolo para que arranque.
Descubriendo en sus cavilaciones varios caminos que conducen a la misma meta, y no pudiendo decidirse sin gran dificultad aún determinado camino, fácilmente concede la razón a los demás, y no persiste con terquedad en sus opiniones propias.
- El melancólico se desanima. Al comenzar un trabajo, al ejecutar un encargo desagradable, al internarse en un terreno desacostumbrado, muestra el melancólico desaliento y timidez. Dispone de una firme voluntad, ni le faltan talento y vigor, pero sí le faltan muy a menudo valor y ánimo suficientes. Por eso dícese con razón: “Al melancólico hay que tirarlo al agua para que aprenda a nadar”. Si en sus empresas se le atravesaran algunas dificultades, aunque de poca monta, pierde el ánimo, y quisiera dejarlo y abandonarlo todo, en vez de sobreponerse, de compensar y reparar los fracasos padecidos, redoblando sus esfuerzos.
Muchas veces incurren en graves pecados, por sus angustias, por sus pequeños disgustos de la vida, por ejemplo “Dios no me quiere”, “Dios me abandono.” Puede estar muy inclinado hacia los escrúpulos y el miedo.
El melancólico es lento y pesado.
El melancólico es lento:
- En su pensar: tiene que considerar todo con atención y examinarlo seriamente, hasta formarse un juicio discreto.
- En su modo de hablar: cuando se ve obligado a contestar apuradamente, o a hablar en un estado de perplejidad, o cuando teme que de sus palabras pudieran depender grandes consecuencias, se intranquiliza, no encuentra la respuesta adecuada, la cual es a veces aún falsa o insuficiente. Es el peor para los debates. El melancólico es el que siempre dice pasados dos días “le tendría que haber dicho esto.” Su pesadumbre de espíritu es tal vez la causa por que el melancólico tropieza con frecuencia en sus palabras, deja sin acabar sus frases, emplea una mala sintaxis y anda en busca de la propiedad de expresión.
- En sus trabajos: trabaja esmerada y sólidamente, pero solo, sin empujes, y con mucho tiempo. El mismo, sin embargo, no se cree lento en sus trabajos.
Educar un niño melancólico no es como un hijo sanguíneo, se deben educar de modo distinto. Uno va quizá más rápido, y el melancólico un poco más lento. Son distintos, no es que uno sea mejor o peor. No es que uno sea bruto y el otro inteligente, eso es lo que la cultura popular se dice. Incluso, puede que el melancólico sea más inteligente que un sanguíneo, pero su modo será más lento, pausado.
El orgullo del melancólico
Tiene su aspecto muy peculiar. El melancólico no aspira a honores; tiene, por el contrario, cierto miedo de mostrarse en público y de aceptar alabanzas. Teme mucho los bochornos y las humillaciones. Se retrae a menudo excitando de este modo las apariencias de modestia y humildad; pero en realidad, no es que sea humilde, sino más bien cierto temor a la humillación. En los trabajos, las colocaciones y oficios cede la presidencia a otras personas menos aprovechadas y aún incapaces; sintiéndose, sin embargo, herido en su corazón por no habérsele respetado y apreciado lo bastante sus talentos.
El melancólico, si quiere realmente llegar a la perfección, ha de dirigir especialísima atención hacia este despecho, arraigado en lo más profundo de su corazón y fruto de la soberbia, como también hacia su sensibilidad y susceptibilidad a las más pequeñas humillaciones.
Debe hacer continuos ejercicios de perdón sincero, olvidar y sanar, ya que estas impresiones les quedan de por vida y les trae muchos problemas sociales, espirituales. Se le debe mostrar a un melancólico que para lo que él fue doloroso, es algo que pasa normalmente. Este punto es clave.
De lo hasta aquí dicho se sigue que es muy difícil tratar con melancólicos; pues por sus particularidades no los apreciamos en su justo punto, ni los sabemos tratar con acierto. Al sentir esto, el melancólico se vuelve aún más serio y solitario. El melancólico tiene pocos amigos, porque no son muchos los que le comprenden y los que gozan de su confianza.
Análisis Psicológico:
La esencia del temperamento melancólico se excita débilmente por influencias externas; y su reacción, si es que reacciona, es asimismo débil. Pero tal excitación, aunque siempre débil, permanece largo tiempo en el alma, y favorecida por nuevas impresiones, que se repiten en el mismo sentido, ahonda más y más hasta apoderarse y mover con violencia el alma, y no dejarse arrancar luego sin dificultad.
Cualidades buenas del melancólico
Es el temperamento habitual de los poetas, de los artistas, de los genios, de los pensadores más profundos.
- El melancólico practica con facilidad y gusto la oración mental. La seria concepción de la vida, el amor a la soledad, la inclinación a reflexionar, le son al melancólico de todo punto provechosos para conseguir una gran intimidad en su vida de oración. El melancólico posee, por decirlo así, una natural disposición a la piedad. Contemplando las cosas terrenas, piensa en lo eterno; caminando en la tierra, el cielo le atrae. Muchos santos tuvieron un temperamento melancólico. Con todo, también el melancólico encuentra precisamente en su temperamento una dificultad para la oración. Porque, desanimándose en las adversidades y sufrimientos, le falta la confianza en Dios y así se distrae con sus negros pensamientos de pusilanimidad y tristeza.
- En el trato con Dios, halla una profunda indecible paz. Nadie mejor que el melancólico entiende la palabra de San Agustín: “Nos has creado para ti, oh Dios, qué inquieto está Nuestro corazón hasta que descansaré en ti.” El corazón blando y lleno de afectos del melancólico siente en el trato con Dios una inmensa felicidad, la cual conserva también en sus sufrimientos, caso de tener suficiente confianza en Dios y amor al Crucificado.
- El melancólico es a menudo un gran bienhechor de la humanidad. El melancólico es para los “demás un guía en el camino hacia Dios, un buen consejero en las dificultades, un superior prudente, benévolo y digno de confianza. Las necesidades de sus hermanos le despiertan extremada conmiseración, junto con un gran deseo de ayudarles; y cuando la confianza en Dios le alienta y le apoya, sabe hacer grandes sacrificios en bien de su prójimo, quedándose él mismo firme e imperturbable en la lucha por sus ideales. Schubert en su “Ciencia del alma humana”, dice respecto al natural melancólico: Esta ha sido la forma predominante del alma de los poetas y artistas más sublimes, de los pensadores más profundos, de los inventores y legisladores más geniales y sobre todo de aquellos espíritus, que abrieron a su siglo ya su pueblo, el acceso a un mundo feliz y superior, al cual levantó él mismo su propia alma atraídos por inextinguible nostalgia”.
Cualidades malas del melancólico
- Los melancólicos incurren por sus pecados en temibles angustias. Penetrando más que otros en lo profundo del alma por el anhelo hacia Dios, el melancólico se resiente muy en particular del pecado. Más que nada le abate el pensamiento de estar separado de Dios por el pecado mortal, y si alguna vez cae profundamente, no llega a levantarse sino con gran dificultad; ya que le cuesta mucho el confesarse por la humillación, a que se debe someter. El melancólico vive asimismo en constante peligro de recaer en el pecado; pues, de continuos cavilando sobre sus pecados pasados, le causan estas siempre nuevas y graves tentaciones; en las cuales de buen grado se deja llevar de sensiblerías y tristes sentimientos, que aumentan más la fuerza de la tentación. La obstinación en el pecado o la recaída en él le sumergen en una profunda y prolongada tristeza que poco a poco le va privando de la confianza en Dios y en sí mismo. Entonces es víctima de semejantes pensamientos: no tengo las fuerzas necesarias para levantarme; ni Dios me envía para ello su auxilio oportuno; Dios ya no me quiere, y, por el contrario, busca de condenarme. Este estado puede llegar a convertirse en cansancio de la vida. El melancólico quisiera morir; pero teme la muerte. Por fin, su infeliz corazón se rebela contra Dios, haciéndole amargos reproches y sintiendo en sí la excitación del odio por de la maledicencia contra su creador.
- Los melancólicos sin confianza en Dios ni amor a la cruz son arrastrados en medio de sus sufrimientos, a un excesivo desaliento, y pasividad, y aun a la desesperación. Si los melancólicos tienen confianza en Dios y amor a la cruz, se acercarán a Dios y se santificarán precisamente por los padecimientos, como enfermedades, fracasos, calumnias, tratos injustos, etc. Pero si les faltaran estas dos virtudes, su causa andará muy mal.
Les sobrevendrán penas, tal vez muy insignificantes, y entonces se entristecerán deprimidos, enfadados y desazonados. No hablarán nada o muy poco y esto harto de mala gana y con cara hosca; huirán de la compañía de los hombres y llorarán de continuo. Muy pronto se les acabará el ánimo para seguir sus trabajos, perderán el gozo en su vida profesional encontrando su mayor complacencia en verlo todo negro. Su continua disposición de ánimo será: en las 24 horas del largo día no conozco más que dolores y penas. Este estado puede llegar a convertirse en formal melancolía y desesperación.
- Los melancólicos, que se abandonan a sus sentimientos de tristeza, incurren en muchas faltas contra la caridad por llegar a ser gravosos para sus prójimos.
- El melancólico pierde fácilmente la confianza a sus semejantes, en particular a sus superiores y al confesor; y esto solo por algunos defectos insignificantes que en ellos descubre, o porque recibe de parte de los mismos algunas leves reprensiones.
- Interiormente, se subleva e indigna con vehemencia por cualquier desorden e injusticia que nota. El motivo de su indignación puede a menudo justificarse, pero no así el grado de su enojo; en eso va demasiado lejos.
- Difícilmente podrá olvidar las ofensas; de las primeras hace al principio caso omiso, pero si llegaran a repetirse las desatenciones, penetrarán estas hasta lo más profundo de su alma, excitándole un dolor difícil de superar, y despertándole hondos sentimientos de desquite. Gota a gota y no de repente va infiltrándose en el melancólico el virus de la antipatía hacia aquellas personas, de las cuales tiene que sufrir mucho o en las cuales encuentre algo que criticar. Semejante aversión llega a ser tan vehemente, que apenas se digna mirar a las tales personas, o dirigirles la palabra, llenándole al fin de disgusto y nerviosidad su solo recuerdo. De ordinario no se desvanece esta antipatía, sino cuando el melancólico está separado y lejos de tal o cual persona, y entonces solo después de transcurridos meses y aun años enteros.
- El melancólico es muy desconfiado. Raras veces confía en un hombre, temiendo siempre que no se busque su bien. De este modo tiene a menudo y sin motivo algunas duras e injustas sospechas de su prójimo; se imagina en él malas intenciones y tiene miedo a peligros que no existen.
- Lo ve todo negro: Al melancólico le gusta lamentarse en sus conversaciones, llamar siempre la atención sobre el lado serio, quejarse luego con regularidad de la malicia de los hombres, de los tiempos aciagos que corren y de la decadencia de las buenas costumbres. Su estribillo es: Vamos de mal en peor. También en las adversidades, los fracasos y ofensas, considera y juzga las cosas, pero es de lo que son en realidad. Como consecuencia siguiese a veces una exagerada tristeza, un grande e infundado enojo hacia los demás, cavilaciones varias sobre injusticias reales o sospechadas; todo lo cual dura días y semanas.
Los melancólicos que se abandonan a esta inclinación de ver en todo lo oscuro y tétrico llegarán a ser pesimistas, es decir, hombres que en todas partes esperan el mal éxito; hipocondríacos, esto es, hombres que en pequeños padecimientos corporales se lamentan continuamente temiendo siempre enfermedades peligrosas; misántropos, hombres, que, adoleciendo de esquivez y odio al hombre, manifiestan aversión al trato humano.
Una dificultad particular tiene el melancólico en la corrección y reprensión de los demás. Como ya se ha dicho, el melancólico se indigna sobremanera al notar desórdenes e injusticias y se siente obligado a intervenir contra estos trastornos, aunque muchas veces no tenga ni ánimo ni habilidad para tales reconvenciones. Antes de dirigir la reprensión, medita detenidamente el modo del proceso y las palabras que ha de emplear, pero en el momento en que tiene que hablar, le quedan las palabras en la garganta o da la reconvención tan cautamente, con tanta ternura y reserva que apenas merece el nombre de reprimenda.
En toda su conducta se nota cuán difícil le es castigar a otros y cuando el melancólico quiere dominar esta su timidez, incurre fácilmente en el extremo contrario de dirigir la reconvención con enojo y nerviosidad o prorrumpir en palabras demasiado severas; no alcanzando de esta suerte ningún fruto verdadero. Esta dificultad es la cruz pesada de los superiores melancólicos. No saben encauzar a nadie y acumulan por eso mucho enojo y dejan echar raíces a muchos desórdenes, aunque su conciencia les amoneste a oponerse a estos trastornos. Asimismo, tienen con frecuencia los educadores melancólicos la gran debilidad de callar demasiado ante las faltas de sus subalternos y al reprenderlos luego, la hacen grosera y ruidosamente, y, en vez de animar a los educandos, los desaniman y paralizan en su formación.
¿Cómo debe educarse a sí mismo el melancólico?
- El melancólico tiene que fomentar en sí grande confianza en Dios y amor a los sufrimientos. De esto dependerá todo. La confianza en el amor a la cruz son los dos pilares, con cuáles se mantendrá en pie con tal firmeza que ni en las pruebas más graves ha de subir a los lados flacos de su temperamento. La desgracia del melancólico está en que lleva su cruz; siendo su salvación él acepa con gusto y alegría (no a la fuerza) lo cual, el melancólico debe tener mucho la consideración, la divina providencia, bondad del Padre celestial, que envía las pruebas para nuestro bien, y abrigar asimismo tierna devoción a la Pasión de Cristo y a la Madre dolorosa.
- Si le sobrevienen afectos de antipatía o apatía, de desaliento, desconfianza, abatimiento, ha de resistir desde el principio, a fin de que estas malas impresiones no penetren demasiado en su alma. Hay que ser muy suave en sus posibles frustraciones, hay que tratarlo con muchísima mayor delicadeza que al sanguíneo o al colérico que tiene el cuero duro.
- Al sentirse triste debe decirse siempre el melancólico: No está tan mal como te lo imaginas; ves las cosas demasiado negras. Entonces hay que fomentar mucho la confianza en Dios y también en el mismo, y esto no es por una razón de pedagogía moderna como para que el niño no se frustre. Tampoco entonces se le alienta cualquier cosa, así haya hecho un examen de matemáticas y 2 más 2 es igual a 5, no se le debe aplaudir eso.
- El melancólico debe estar siempre bien ocupado; para no dar tiempo a las cavilaciones. El trabajo asiduo lo supera todo.
- El melancólico cultivará las buenas cualidades de su temperamento, en particular la inclinación a la vida interior y la compasión por las desgracias de los hombres; pero al mismo tiempo combatirá constantemente sus particularidades y lados flacos, indicados más arriba.
- Santa Teresa, en un capítulo especial sobre el tratamiento de melancólicos mal dispuestos, dice: “Con muy poca atención se podrá ver que se inclinan de un modo particular a imponer su voluntad, a proferir todo lo que les viene a la mente, a detener la consideración en las faltas de otros, para ocultar las propias, y a buscar su satisfacción y su paz en su propio capricho”. Santa Teresa señala aquí dos puntos en los cuales debe fijarse particularmente el melancólico en su autoeducación. Con mucha frecuencia está el melancólico tan excitado, tan lleno de amarguras y congojas, porque sus pensamientos no se ocupan sino en las faltas de los demás y porque todo lo quisiera según su voluntad y gusto. El melancólico puede caer en el mal humor y desaliento, cuando la cosa no marcha, aun en las más mínimas pequeñeces, como él quisiera. Por lo cual pregúntese el melancólico siempre que se vea invadido de la tristeza
De lo que hay que observar en el tratamiento y educación de un melancólico
- Reprensiones ásperas, brusquedad de trato y dureza de corazón le abaten y paralizan las fuerzas. Palabras atentas y alentadoras, paciencia sufrida y constante le dan ánimo y fortaleza. El melancólico se muestra muy agradecido por tal amabilidad.
- Se debe exhortar al melancólico al trabajo; pero sin aplastarlo por eso.
- Como toman todo demasiado a pecho y trabajan mucho con sus sentimientos y corazón, están los melancólicos muy expuestos al peligro de debilitar sus nervios, por lo cual debe preocuparse que súbditos melancólicos no agoten completamente la fuerza de sus nervios; pues gastados estos caerán en un estado lamentable de postración, y no se aliviarán sino con grandes dificultades.
- También en la educación del niño melancólico hay que fijarse de tratarlo con afabilidad, de animarlo e impulsarlo al trabajo. Acostúmbresele, además, a expresarse bien en sus conversaciones, a emplear bien sus sentidos y a cultivar la piedad. Es digno de especial atención el castigo del niño melancólico; pues los desaciertos tienen sobre todo en este punto funestas consecuencias, haciéndola sobremanera terco y reservado, Por eso castíguesele con gran prudencia y bondad, evitando lo más posible las apariencias de injusticia.
- Educarlo en la memoria del pasado, puntualmente en aquellos traumas, acontecimientos y malas experiencias. A diferencia de otros temperamentos, si la persona no sublimo ese dolor, si no aprendió que son cosas que pueden suceder, si no aprendió a perdonar como Dios perdona, puede toda su vida continuar con una carga y una mochila en el alma que no se va a sacar nunca más.
- Una reprensión áspera, un reto duro o brusco, un trato de dureza de corazón a un melancólico lo liquida, lo paraliza, lo destruye y a su vez lo cierra. Hay que darle más bien palabras atentas, alentadoras, siempre con ánimo, con fortaleza, por eso muchas veces los sanguíneos y melancólicos se terminan casando. O también puede pasar todo lo contrario, que haya un rechazo grande, ya que el sanguíneo tiene una excitabilidad muy alta y esto muchas veces al melancólico le desagrada. El melancólico se muestra muy agradecido cuando se muestra amablemente, cuando lo tratan con dulzura.
Ejemplo en el matrimonio:
“Mi esposo es muy desorganizado en la casa y cuando le llamo la atención, siempre toma todo a chiste”. Giovanna, la melancólica. Marcelo el sanguíneo y Giovanna la melancólica están casados, a Marcelo le encantan las muchas cualidades de Giovanna. Ella siempre está impecable, muy arreglada, aseada. Siempre huele bien. Es muy organizada en la casa y en su trabajo. Además, increíblemente talentosa. Toca el piano y tiene varios cursos hechos. Giovanna, como melancólica, exige a Marcelo que él no puede ofrecerle perfección. Él a menudo se molesta porque dice que ella siempre lo está criticando y «sermoneando» sobre como debería comportarse. Por otro lado, asegura que es muy negativa, nunca puede ver el lado positivo de las cosas.
Un consejo para ambos: Marcelo, tú como sanguíneo eres una persona positiva, esfuérzate por seguir enfocado en las virtudes de tu amada. También, creo que debes tomar en consideración algunas críticas constructivas de tu esposo. De seguro te ayudarán a crecer como persona.
¡Giovanna, relax! Deja de vivir obsesionada con la perfección. No dañes la atmósfera de tu hogar con negatividad y exigencias exageradas. Aprende a disfrutar a tu esposo y a la vida con sus desperfectos. Cultiva una actitud positiva y de alegría. «Estén siempre alegres» 1 Tesalonicenses 5:16 Practicá decirle a tu cónyuge 10 cosas que consideras extraordinarias de tu vida y de tu matrimonio.
Psicopatología:
De los cuatro temperamentos, el Colérico y el Melancólico son de los que más predisposición a patologías tienen. Así como existe esta tendencia, también podemos decir que son de los temperamentos más complejos y de donde se puede observar más santos de la historia.
Hablamos de patologías cuando son temperamentos que generalmente no fueron trabajados, mejorados con virtud y educados. Estas tendencias que llevan, con el tiempo, se convierten en una bola de nieve que crece cada vez más.
El Melancólico debe guardar especial atención a la tristeza y a la melancolía. Debe ejercitar el razonamiento antes que razonar con los sentimientos. Debe guardar especial atención a los enojos y odios guardados y debe ejercitar el don del perdón. Estas inclinaciones hacen que fácilmente un melancólico llegue a una gran variedad de patologías, empezando por la depresión y la asedia. Un ejercicio efectivo para el razonar común del melancólico es ponerse siempre en el zapato del otro e intentar justificar a los demás.
Temperamento Melancólico mixto:
El Temperamento Melancólico – Colérico y Colérico – Melancólico
Aquí entran en unión dos temperamentos serios y apasionados: el orgullo, la terquedad y la ira del colérico con el carácter gruñón, rudo y taciturno del melancólico. El hombre provisto de semejante mezcla de temperamentos necesita mucho dominio sobre sí mismo, a fin de alcanzar la paz del alma y de no ser cargoso a los que viven o trabajan con él.
Se mezcla un temperamento meticuloso con uno estratégico. En el caso de ser colérico – melancólico, la tendencia del colérico a actuar de forma rápida e impetuosa, haciendo juicios rápidos y abarcadores, será moderado por el análisis y reflexión cuidadosa del melancólico. Se puede observar personas con gran atención a los detalles y con un fuerte sentido del orden y disciplina. Tanto el colérico – melancólico como el melancólico – colérico serán motivados por altos ideales y auto sacrificio.
En el caso de ser melancólico – colérico, las propias carencias del melancólico, como son la timidez, la lentitud, serán moderados por el colérico, logrando ser un poco más sistemática, metódica.
Se debe observar la tendencia de autocrítica excesiva, la crítica a otros, siendo desdeñoso o sentencioso a otros, siendo desconfiado y ensimismado, guardando las propias debilidades de cada temperamento que en este caso confluyen.
El Temperamento Melancólico – Sanguíneo
Se caracteriza por una débil susceptibilidad de impresiones, por una reacción igualmente débil y una impresión no tan duradera como en el temperamento melancólico. El temperamento sanguíneo comunica al melancólico algo de su movilidad, alegría y serenidad. Los melancólicos con un colorido sanguíneo son aquellas buenas gentes y almas de Dios incapaces de ofender a nadie y siempre emocionadas; las cuales, por otra parte, pecan por falta de fuerza y energía. Parecido es el temperamento sanguíneo-melancólico; solo que en esta mezcla resalta más la superficialidad y la inconstancia del sanguíneo.
El Temperamento Melancólico – Flemático y Flemático – Melancólico
Se caracteriza por una débil impresión y susceptibilidad, ya que combinamos dos temperamentos pasivos. Hombres de tal índole se prestan mejor para la vida común que los puramente melancólicos. Les falta lo gruñón, hosco y cavilador del melancólico, lo cual se reemplaza por el sosiego y la insensibilidad del flemático. Estas personas no se escandalizan tan fácilmente, saben soportar insultos y en sus trabajos saben mantenerse tranquilas y constantes. Son agradables, sencillos, pacientes, aunque puede caer en negativismos, ser egoístas y tender al temor.
HOCK, Conrado. (2010) Los Cuatro Temperamentos. Su influencia en la formación y educación de la persona
Esta publicación se realiza gracias a los escritos de Conrado Hock, la lección del libro Totustuus de la comunidad Lazos de Amor Mariano y las charlas del padre Javier Olivera Ravasi.
Fotos para la publicación: Foto de No Revisions en Unsplash, Foto de grayom en Unsplash.
1 comentario
muy interesante el articulo