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ToggleSeguramente has escuchado el dicho: «salió igual a la madre» o «tiene el mal genio del padre». Y el trasfondo del dicho es cierto, ya que heredamos ciertas formas de configurarse nuestra psique.
Podemos observar algunas personas que son más analíticas, otras más serias y difíciles de sacar una sonrisa, otras alegres, otras tristes y más calladas; vemos que otros tienen la tendencia a estar siempre activos, otros sumamente distraídos y todo por naturaleza. Tendemos de alguna manera a distintos estados y estos son los modos de ser que son llamados temperamentos.
Conocerse a uno mismo es fundamental; es muy difícil para una persona avanzar en su vida espiritual o terrenal si no se conoce al menos un poco. También es muy difícil superar un problema psicológico si una persona no se conoce, no sabe cuáles son sus limitaciones, no conoce sus cualidades; en definitiva, no conoce las herramientas que tiene para vivir. Por eso, personas como los deportistas hacen grandes esfuerzos para conocerse, no solo físicamente, sino también mentalmente, y así obtener mejores resultados.
Santo Tomás de Aquino dijo: «La gracia supone la naturaleza», y esto significa que la gracia que obra en un individuo suele hacerlo respetando su dimensión natural. Es decir, cuanto más perfección tiene la naturaleza, con mayor abundancia llega la gracia. A lo que voy es que, al conocernos, ampliamos nuestra dimensión natural, haciendo que Dios nos llene con más gracias.
Aristóteles decía que el hombre nacía con ciertas inclinaciones que no eran buenas, y que había que dominarlas y transformarlas en virtudes. Por el contrario, si uno no las dominaba, estas inclinaciones empeoraban con el tiempo.
San Francisco de Sales decía sobre los temperamentos: «Tenemos también, Filotea, ciertas inclinaciones naturales, las cuales, porque no tienen su origen en nuestros pecados particulares, no son propiamente pecado, ni mortal, ni venial, pero se llaman imperfecciones, cuyos actos se llaman efectos o faltas.» Por ejemplo, Santa Paula, según refiere San Jerónimo, tenía una gran inclinación a la tristeza y la melancolía, hasta el extremo de que, cuando murieron sus hijos y su esposo, estuvo a punto de morir de pena. Esto era una imperfección, pero no un pecado, pues ocurría contra su deseo y voluntad. «Con el ejercicio y la afición contraria, pueden corregirse y moderarse, y aun puede el alma purificarse y librarse totalmente de ellas.»[3]
En la psicología actual entran tantas teorías que se contraponen entre sí, que pasa totalmente desapercibido algo que muchas veces nos parece obvio y fácil de observar: los temperamentos.
¿Qué es el Temperamento?
Definición: “Es el conjunto de las inclinaciones íntimas que brotan de la constitución fisiológica de los individuos” [1]. Es decir, el temperamento no parte de nuestro espíritu ni de nuestra psique; brota de nuestra biología y es heredado. Así como tenemos nuestra piel de un color, o tenemos diferente altura o peso, así también nacemos inclinados hacia ciertos estados llamados temperamentos. Estos estados pertenecen al mundo interior y no al exterior; no vienen de afuera. El entorno puede condicionar el temperamento, pero ya de fábrica tenemos cierta configuración del psiquismo.
¡El temperamento no viene de la educación! Se puede observar claramente en los niños, ya que ellos manifiestan el temperamento de manera natural, al no estar aún modificados por la educación, la voluntad y el hábito, como sí ocurre en un adulto. Por ejemplo, podemos ver en unas mellizas que una es más divertida, pícara y extrovertida, mientras que la otra es más mimosa, tranquila y tímida. ¿Y cómo puede pasar esto, si las alimentamos con lo mismo, fueron al mismo colegio, tenían los mismos amigos? Son temperamentos diferentes. Conocer los temperamentos es una gran herramienta para la educación de cada niño, permitiendo diseñar una estrategia educativa personalizada para cada uno.
Un ejemplo que nos puede acercar a la idea de temperamentos son los animales; lo podemos ver en las razas de perros. Hay algunas que son más inclinadas a la lucha, serias, iracundas; otras más juguetonas, amigables, bonachonas; y otras que duermen todo el día y no muestran mucha gracia, etcétera. Estos distintos estados son una manera de configurarse el psiquismo, y los llamaremos temperamentos.
Ejemplos prácticos de temperamentos en las personas.
¿Quiénes son los sanguíneos? Son esas personas extrovertidas, alegres, que de todo hacen una fiesta. Son personas que todo lo alegran, tipos simpáticos y, generalmente, el alma de la fiesta. En cuanto a la excitabilidad, son fuertemente excitables ante cualquier impresión. Por ejemplo, le mostramos una obra de arte y dirán: «¡Pa, qué buena pintura! Mirá este marco, qué bueno, mirá esos colores, ¡qué gran retrato! Es buenísima, es buenísima».
Por el contrario, la impresión les dura poco tiempo; como dice el dicho, «tienen mecha corta«. Esto quiere decir que, así como algo los impresiona, al rato ya lo olvidaron totalmente. Son los que, aun perdiendo un partido 8 a 0, siguen gritando: «¡Vamos, no importa, vamos, que le ganamos!» Aunque el vaso esté vacío, ellos lo ven casi lleno.
Pero, por ser tan extrovertidos y alegres, muchas veces caen en la vanidad y tienen una mirada superficial de las cosas. No entienden por qué los demás se enojan con sus bromas. En general, tienen agilidad mental, aunque no mucha profundidad, justamente por lo mencionado: la fugacidad. Como son apresurados, suelen ser atolondrados, juzgan muy rápidamente a las personas y tienen una gran inconstancia.
Los coléricos son personas tenaces y voluntariosas: lo que se proponen, lo logran. Hacen hoy lo que tienen que hacer mañana. Cuando comienzan un proyecto, lo terminan. Por naturaleza, son activistas, siempre haciendo cosas; y ese es, curiosamente, su descanso: estar en movimiento.
Generalmente tienen un intelecto agudo y una voluntad fuerte, aunque están más inclinados a obrar que a pensar. Si deben enfrentar un obstáculo, en vez de buscar la puerta, rompen la pared con la cabeza. También suelen ser obstinados, guardar rencor y enojarse fácilmente.
En cuanto a la excitabilidad, esta es rápida y violenta; la impresión les queda grabada en lo profundo del corazón. En este aspecto, tienen algo del sanguíneo y del melancólico. Siempre acarician algún gran proyecto, y apenas lo piensan, enseguida se ponen manos a la obra.
Entre los coléricos se encuentran grandes jefes, conquistadores, apóstoles. Por lo general, es el temperamento de un hombre o mujer de gobierno. Si encuentran un obstáculo, lo convierten en su objetivo.
El colérico tiende a la ira y al orgullo, y si se le contradice, puede ser violento. Si llega a ser vencido, guardará rencor hasta el momento de la venganza. El colérico no comprende fácilmente el dolor ajeno. Generalmente, aparece ante los demás como una persona egoísta y sin corazón.
Otro ejemplo son los melancólicos o nerviosos. En cuanto a la excitabilidad, esta es débil y difícil de activar, pero una vez que se despierta, las impresiones son muy marcadas y difíciles de quitar. Su duración es muy larga, y son personas que difícilmente olvidan.
A diferencia del sanguíneo, son personas profundas, inclinadas a la reflexión, la soledad y la quietud. Suelen ser tímidas y tremendamente meditabundas, muy reflexivas, que piensan todo una y otra vez. Rumian ideas, tienen agudeza intelectual, y suelen inclinarse hacia el arte. Pueden ser tanto intelectuales cerrados y secos, como contemplativos, ocupados de las cosas de Dios y de los demás.
El melancólico ama para siempre, a diferencia del sanguíneo, con su fugacidad. Cuando los traicionan, sienten que nunca más podrán reparar lo que ocurrió. En cuanto a su voluntad, el melancólico sigue el estado de su cuerpo: si se siente cansado, no sigue; si le duele la cabeza, deja de trabajar.
El problema de este temperamento es su tendencia marcada a la melancolía, lo que puede llevarlo con frecuencia a estados de tristeza.
Ejemplo:
—¿Cómo te fue en el examen?
—Mal.
—¿Cuánto sacaste?
—8.
Por su inclinación al pesimismo, ve el vaso siempre medio vacío. Santa Teresa de Ávila decía que el melancólico nunca termina de terminar. Como dice el dicho: «Se le pasó el tren».
Por último, el flemático: son las personas tranquilas de la vida; nada les turba, nada les espanta, nada les asusta. En cuanto a la excitabilidad, no se excitan o lo hacen muy débilmente, y su reacción también es débil. Las impresiones que reciben desaparecen pronto y generalmente no dejan huella en el corazón.
Los problemas, en vez de enfrentarlos, los esquivan. Son personas diplomáticas por excelencia: prefieren el buen vivir a cualquier discusión, y por eso, muchas veces, dan la razón en vez de ponerse a pelear. Tienen un paso tranquilo para todas las tareas, no se irritan fácilmente, son discretos, sobrios en su modo de ser y juiciosos. Tienen un gran sentido práctico de la vida.
No poseen las pasiones vivas del sanguíneo ni las profundas del melancólico. Casi no tienen pasiones… ni sangre. Son ordenados, justos, y con un gran corazón, aunque a veces aparenten frialdad. Les falta entusiasmo y espontaneidad. Frase típica: «No creo que sea para tanto.»
Son agradables y, en general, están conformes con todo. Suelen tener un rostro amable, y Santo Tomás decía que son de cuerpos robustos. El problema de este temperamento es que, por esa pasividad, les cuesta mucho llevar a cabo un proyecto o compromiso, y tienden al egoísmo por omisión. Son como una tortuga, que tarda en ponerse en marcha. Pueden volverse vagos e insensibles al entorno, y hay que estar todo el tiempo empujándolos y motivándolos.
Temperamento y carácter
El temperamento no es todo nuestro carácter, sino que:
“El carácter es el conjunto de las disposiciones psicológicas que nacen del temperamento, en cuanto modificado por la educación, el trabajo de la voluntad y consolidado por el hábito. Según esta formación, el carácter será de una u otra manera.”
Es decir, todo nuestro comportamiento habitual será la suma del temperamento, modificado por la educación y el trabajo de la voluntad a lo largo de la vida.
Por ejemplo, si tengo un temperamento flemático, al que le cuesta un poco más el trabajo, mejorando la educación de la voluntad también mejora el carácter. Con esto comenzamos a generar virtud, porque al trabajar esa flaqueza del temperamento, el esfuerzo se consolida en hábito. Así, el trabajo diario se vuelve algo natural para el carácter.
Pero también puede ocurrir lo contrario: que una persona, en vez de adquirir hábitos buenos, adquiera vicios que incluso no son propios de su temperamento.
Se puede observar cotidianamente cómo hay personas que no tienen dificultad para la paciencia y la mansedumbre, otras que son naturalmente generosas y amorosas, y otras que tienden con facilidad a meditar y reflexionar, y así sucesivamente. Son inclinaciones que, por el temperamento, brotan más fácil y comúnmente.
En definitiva, el carácter depende mucho de la educación que recibimos, del trabajo de la voluntad y de los hábitos que adquirimos.
Conocer los temperamentos no es horóscopo; puede que algunos tarotistas se basen en ellos para tirar cartas, pero eso no les da validez científica ni espiritual. Tampoco ningún temperamento nos condiciona o determina: son simplemente inclinaciones. Como dice el teólogo católico Antonio Royo Marín, no son inclinaciones que vienen desde afuera, sino que surgen desde dentro, y tampoco quiere decir que sean buenas o malas en sí mismas.
El temperamento se convierte en bueno o malo dependiendo de cómo lo gestionemos. Por ejemplo, una persona puede ser muy introvertida, pero si esa inclinación la lleva a no estar con nadie, puede convertirse en un problema. Otra persona puede estar inclinada al enojo, pero si canaliza correctamente esa inclinación —racionalizando el enojo y evitando que sea pura pasión desmedida—, puede transformarse en una energía que ayude a los demás y a sí misma. Cuando se va a la guerra, se necesita un poco de enojo, o cuando se practica algún deporte (entiéndase un enojo bueno y bien canalizado).
Tanqueray dice que “con frecuencia se confunde el temperamento con el carácter, pero son dos cosas realmente distintas, aunque íntimamente relacionadas”.
Santo Tomás de Aquino también defiende la idea de predisposiciones a ciertos estados, preguntándose si existe algún hombre que tenga algún hábito por naturaleza o heredado, y comenta:
“Por parte del cuerpo, según la naturaleza del individuo, serán hábitos apetitivos incoativamente (como principios de la acción) y que son naturales, pues hay hombres que, debido a la complexión del propio cuerpo, tienen predisposición para la castidad o para la mansedumbre o para otras virtudes” [2].
¿De dónde provienen los temperamentos? La historia desde Grecia.
Distintas corrientes sostienen que nacemos como una «tabula rasa», es decir, que nos formamos completamente a partir de nuestra experiencia. Otras corrientes, en cambio, aceptan lo heredado. Todo este debate entre una idea y otra, al no llegar a un consenso, pone en peligro la unidad epistemológica de la propia psicología.
La idea de los temperamentos viene de los griegos, más específicamente de Hipócrates, en el siglo V a. C. Él fue médico y es también conocido por el juramento hipocrático, un compromiso que realizan los doctores y que consiste en no hacerle daño a un paciente. La medicina griega tenía un profundo respeto por el cuerpo; había algo de sagrado en cada persona.
Hipócrates hablaba de los “humores” y afirmaba que la enfermedad era el resultado de un desequilibrio en la fisiología de los cuatro humores. Estos serían como fluidos presentes en el cuerpo del paciente, y cuando estaba sano, dichos fluidos se encontraban en proporciones semejantes. Pero si alguno de ellos se desequilibraba, el individuo enfermaba y permanecía así hasta recuperar el equilibrio interno.
Hipócrates, como médico, aplicaba una terapia que se basaba en recuperar el equilibrio de los humores. Hoy en día sabemos que muchas enfermedades tienen causas biológicas concretas, como los virus, y no se deben a los «humores». Sin embargo, sí observamos una gama de enfermedades psicosomáticas: afecciones físicas que derivan de procesos emocionales intensos, como el estrés.
Esta aclaración es importante porque, en algunos centros educativos actuales, se desacredita la teoría de los temperamentos utilizando el argumento de que las enfermedades, tanto biológicas como psicológicas, no pueden explicarse por un desequilibrio de humores, lo cual —obviamente— es cierto. Pero ese error no invalida el valor psicológico de la teoría de los temperamentos, que va mucho más allá de la antigua medicina griega.
Si bien no está comprobado que tengamos estos humores en el cuerpo como una especie de fluido, sí podemos afirmar que una persona puede enfermarse si está todo el día de mal humor o melancólica.
Siguiendo con la teoría, estos fluidos podían ser considerados buenos o malos; de hecho, las expresiones «mal humor» o «buen humor» provienen de los griegos. Estos “humores” o fluidos serían cuatro y, dependiendo de su equilibrio, tendremos un estado de buen o mal humor.
Hipócrates habla de cuatro humores, que son: sangre, bilis negra, bilis amarilla y flema. Según la mezcla, variación y preponderancia de cada uno, será el resultado de las emociones en nosotros.
Esta teoría será continuada por un médico llamado Claudio Galeno Nicon, también médico, cirujano y filósofo griego, que vivió en el Imperio Romano en el siglo II. Lo que Galeno agrega a la teoría de Hipócrates es que estos humores no solo influyen en la salud y la enfermedad, sino también en las emociones.
¿Por qué viene el temperamento del cuerpo?
Recordamos en la entrada «¿Qué es el ser humano?» (https://portalcatolicopsicologia.com/que-es-el-ser-humano/) que somos una sustancia indisoluble de cuerpo, psique y espíritu. El error de Galeno fue pensar que el temperamento es el alma o la psique, es decir, la misma subjetividad de la persona. Esto no es así, ya que el temperamento excede las operaciones que realizamos con el entendimiento. No podemos simplemente decir: “Ahora dejo de estar triste” y que efectivamente suceda, o “Ahora quiero tener más tenacidad” y que eso ocurra automáticamente.
El temperamento es algo que no controlamos voluntariamente; con la razón podemos intentar modificar ciertas disposiciones, pero el temperamento igualmente se manifiesta. Por eso, va más allá del alma o la psique, y pertenece al orden de lo fisiológico o biológico. El alma o psique rige el cuerpo, que tiene facultades inferiores y lucha contra las pasiones que brotan del temperamento. Estas facultades inferiores del cuerpo son: las pasiones, los sentimientos y las emociones.
¿Qué viene del alma o psique y qué viene del cuerpo?
Si el temperamento proviene de nuestra biología, ¿qué se comprende entonces en nuestra alma o psique? Todo lo que involucra la inteligencia y la voluntad. Por ejemplo, aprendí con mi inteligencia qué es tener sed y cómo saciarla; entonces, con la voluntad, la sacié. Aquí hablamos de un gobierno voluntario.
Es diferente cuando hablamos de pasiones, sentimientos y emociones, que provienen de nuestra fisiología y no controlamos directamente. Esta falta de control tiene su raíz en el pecado original y la concupiscencia.
Nuestro estado original, en el que Adán y Eva gozaban, era de perfección, sanidad, orden, gracia, etcétera. No existían la enfermedad, la miseria, la pobreza, ni todas las calamidades que hoy vemos o podemos imaginar. El pecado que cometió el ser humano fue una ruptura con Dios, con la naturaleza, con los demás y con uno mismo. Es aquí cuando, como dice el dicho: «Se pudrió todo.»
Otro ejemplo sencillo para entender lo que proviene de nuestra biología y lo que proviene de nuestra psique podría ser el temperamento, que brota de disposiciones fisiológicas. Por ejemplo, se puede atribuir a la biología el hervor de la sangre o la ira que surge en determinado momento bajo una circunstancia concreta.
Pero el apetito de venganza, en cambio, sí se le puede atribuir al alma o a la psique, como una respuesta consciente a esa ira que proviene del temperamento. Es decir, la operación posterior a la pasión ya no pertenece al cuerpo, sino que procede de nuestra alma o psique.
Estos humores serán la base de los temperamentos, y no se presentan de forma pura. Por ejemplo, una persona no será completamente humor sangre o bilis negra, sino que tendrá una mezcla de varios, aunque siempre habrá uno que prevalezca sobre los demás.
Bibliografía
Catecismo de la Iglesia Católica. 1992. Catecismo de la Iglesia Católica. Disponible en: https://www.vatican.va, especialmente el párrafo 362.
Hock, Conrado. 2013. El temperamento que Dios me dio. Ed. Paulinas.
La Biblia. Versión oficial de la Santa Sede. Disponible en: https://www.vatican.va.
Lazos de Amor Mariano. 2000. Totus Tuus.
Montfort, San Luis. 2017. Libro de oro de la espiritualidad montfortiana.
Royo, Antonio. 2012. Teología de la perfección cristiana.
Tamayo, W. 2011. “Conocimiento de sí mismo, lección #13.” YouTube, 16 de noviembre. https://www.youtube.com/watch?v=oG05wx5CF9k.

[1] ROYO, Antonio. Teología de la perfección cristiana. 9.ª ed. Madrid: La Editorial Católica (BAC), 2001. Pp. 760-765
[2] TOMÁS DE AQUINO, S. (1964) Suma Teológica (1.ª ed.). MADRID: Biblioteca de autores cristianos Esquema de las pasiones
[3] SALES, Francisco S. (2021) Filotea. Introducción a la vida devota. COLOMBIA: Editorial Isabel de Castilla pp. 50
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Esta publicación se realiza gracias a los escritos de Conrado Hock, la lección del libro Totus Tuus de la comunidad Lazos de Amor Mariano y las charlas del padre Javier Olivera Ravasi.