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ToggleDado que vivimos en años de mucha incertidumbre, de duda e inseguridad, donde las distintas filosofías han atacado la verdad, poniéndola en tela de juicio, y han confundido los fundamentos mismos de la naturaleza humana, queremos dedicar una entrada a hablar sobre cómo es el varón.
«Llegará el día en que será preciso desenvainar una espada por afirmar que el pasto es verde». G.K. Chesterton, Herejes (1905).
En esta entrada vamos a hablar sobre el varón en torno a los datos psicológicos, biológicos y espirituales, detallando su comportamiento y cómo este tiene una base neurológica que se expresa a nivel psicológico, así como el papel fundamental del espíritu en el ser humano. Exploraremos al varón a la luz de la fe y las Escrituras, para comprenderlo, descubrir su espíritu y observar cómo la concupiscencia le ha afectado.
Es importante destacar que la antropología del varón y la mujer no atiende a una moralidad religiosa, civil o cultural; la Iglesia no se inventó unos roles que deben cumplir sus allegados, sino que el sexo varón y mujer responden a una ley natural, que está en la misma esencia del sexo. Lo que hace la Iglesia Católica es atender a esta ley natural humana, es decir, adherirse a ella. Así como también la Iglesia adhiere a las leyes físicas (ya que no construye un templo sin respetarlas, porque se caería), o a otras leyes fruto del esfuerzo humano, iluminado por el Santo Espíritu de Dios.
Disimetría en el orden de las pasiones
Resulta que, luego de que pecaron Adán y Eva, ciertamente Dios puede perdonar ese pecado, pero esta desobediencia trajo heridas graves para el ser humano. Es como clavar un clavo: podemos quitarlo del lugar, pero queda un agujero, queda la madera resentida. Lo mismo pasa con el pecado original: podemos intentar restaurar la relación con Dios, incluso reparar, pero queda el agujero. En el caso del pecado original, este agujero se llama “concupiscencia”.
La concupiscencia es la inclinación a hacer el mal. Tenemos esta tendencia porque quedamos heridos luego del pecado. Y si decimos que quedamos heridos, es porque al principio de todo, el ser humano tenía una perfecta unión con Dios, consigo mismo, con la naturaleza y con el prójimo. Pero luego del pecado original, estas armonías quedaron “resentidas”.
Si nos quedamos solo con esa información, una persona puede pensar que es imposible llegar a Dios. Pero también tenemos que saber que Dios ha puesto en cada ser humano una tendencia a buscarlo a Él. Esto lo decía Aristóteles, argumentando que cada ser humano tiende hacia la felicidad (la eudaimonía). (Entendemos que felicidad, plenitud, crecimiento, amor, etcétera, son todas palabras que, en definitiva, representan —por añadidura— el estar con Dios.)
Y, ¿cómo lo buscamos? ¿Cómo tendemos hacia esa felicidad? A través de todas las cosas que son bellas, todas las cosas que son buenas y todas las cosas que son verdaderas.
Si nos ponemos a pensar en esto, nos daremos cuenta de que siempre estamos buscando la felicidad, -osea a Dios-. Por ejemplo: cuando un padre se esfuerza por educar bien a sus hijos, cuando una persona se conmueve ante una puesta de sol, cuando alguien se hace preguntas en torno al sentido de la vida, cuando una persona se dona en servicio de los demás, cuando se vive un gran momento de amistad o de pareja, e incluso en cosas más vanas, simples o cotidianas, como disfrutar una rica comida o escuchar una linda canción. Todo esto también es un reflejo del anhelo profundo de experimentar un bien mucho más grande -que es Dios mismo-.
No son un mero capricho del corazón humano, sino que reflejan esta búsqueda de Dios constante, que se completará totalmente cuando estemos con Él en el cielo. «El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer al hombre hacia sí, y solo en Dios encontrará el hombre la verdad y la felicidad que no cesa de buscar» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 27).
Pero, volviendo al pecado original, como estamos heridos, es muy común ver cómo buscamos a Dios, pero no de las mejores maneras. Es decir, hay un anhelo, pero desordenado, y esto le pasa a todo ser humano. Porque incluso pecando, en el fondo podemos decir que, en la gran mayoría de los casos, también se busca a Dios, pero no de la mejor manera.
¿Cómo se da esto? Podemos buscar esa plenitud, pero en un placer desordenado, por ejemplo, en la lujuria. Aquí uno se pregunta: ¿están mal las relaciones sexuales? No, ciertamente son buenas, pero en el orden que Dios puso.
Entonces, muchas veces se buscan esos bienes, pero desordenadamente, porque a la humanidad le gusta el placer que Dios puso en esto, porque es bello, y cuando nos encontramos con esta belleza, en el fondo también contemplamos la gran belleza de Dios.
“Porque por la grandeza y hermosura de las criaturas, se puede contemplar, por analogía, a su Creador.” (Sabiduría 13,5)
Pero el ser humano, por tener esta inclinación hacia el mal, llamada concupiscencia, muchas veces busca esta belleza no por los caminos que Dios propone, y anhelando profundamente a Dios, lo terminamos buscando desordenadamente.
En este sentido, cuando vemos a una persona con una adicción, cuando vemos a alguien que busca los placeres excesivamente, cuando vemos una vida desordenada, en el fondo el alma está pidiendo a gritos: ¡Dios, Dios, Dios!
Y aquí va uno de los secretos de los santos para superar grandes desórdenes: muchas veces, la única manera de superar un gran desorden —como la sexualidad desordenada, la gula, la soberbia, la pereza, etcétera— es encontrar un mejor amor. ¿Por qué? Porque en el fondo, la persona que tiene grandes inclinaciones (en el sentido amplio de la palabra), ama y quiere esa inclinación. Tiene un apego. Entonces, cuando encuentra esa alma un mayor amor (como el amor de Cristo), este mayor amor requiere exclusividad. Es un amor que da fuerza para romper cualquier cadena.
Otro ejemplo: ¿está mal el deseo de superación? Ciertamente que no, es bueno superarse cada día y mejorar en los ámbitos en los que nos manejemos. Esto es propio de Dios, que es la perfección misma y quiere que seamos cada vez mas perfectos. Pero el ser humano, buscando este anhelo profundo —que también es el anhelo de Dios infinitamente perfecto—, termina buscando la superación a costa de la soberbia, la avaricia, el robo, las mentiras, etcétera.
San Agustín dijo: «Nos hiciste, Señor, para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti». En resumen, incluso en el pecado hay un eco de Dios, una sed que solo Dios sacia.
«Oh Dios, tú eres mi Dios, yo te busco intensamente;
mi alma tiene sed de ti,
mi carne te desea como tierra árida, agostada, sin agua». Salmo 62,2-3
En esta reflexión hacemos un paréntesis y pasamos a explicar algo importante, frente a la incertidumbre de las nuevas tecnologías, como la IA, y el deseo de nuestro buen pastor León XIV respecto a estos temas.
La tecnología no puede experimentar la búsqueda profunda de sentido, de amor, de comunión, ni la sed insaciable de Dios que todo ser humano tiene en lo profundo de su ser. Tal vez puede simular muchas cosas, pero, al fin y al cabo, solo el hombre tiene naturaleza de hombre. Dios sacia esa sed principalmente a través del encuentro personal con Él, y eso ocurre en la vida humana concreta: en el amor, en el servicio, en la belleza, en la verdad, en la entrega cotidiana, en la vida verdadera. Y esto siempre va a ser el límite que la tecnología no podrá nunca replicar con absolutamente nada.
Aunque también debemos decir que, si el ser humano se acerca más a la tecnología como si fuera la realidad, antes que al ser humano, es porque en el mundo y entre nosotros hemos perdido mucho del reflejo de Dios. Una sal que sala poco.
Terminado el paréntesis, el sacerdote uruguayo Horacio Bojorge dice que las heridas del pecado original no son iguales en el varón y la mujer, sino que son disimétricas.
Con la disimetría, lo que quiere decir Bojorge es que las concupiscencias o inclinaciones que tienen el varón y la mujer son distintas, y eso es clave para entender las diferencias. ¿Por qué son distintas? Porque hay una base biológica, psicológica y espiritual que también son distintas.
Biológica y psicológicamente somos distintos; la forma del cerebro es diferente, y esto lo veremos más adelante. Espiritualmente también somos distintos, y todo esto configura una psicología diferente.

A nivel espiritual
El relato bíblico muestra cómo Adán es creado desde el barro y Eva, creada desde una carne ya espiritualizada, que es la de Adán. La diferencia radica en que, en la mujer, su sustrato biológico está en ventaja sobre el varón; no es lo mismo hacer una persona desde el barro que desde una carne que ya es humana y que ya tenía un espíritu, el de Adán.
Y en eso vemos cómo la mujer tiene particularidades que no se dan en el varón. Por ejemplo, el corazón de la mujer es enorme, profundo, entiende lo abstracto; lo espiritual le es más afín. Está en el detalle, pendiente de todo a la vez, mientras que el varón es más concreto. Este dato se corrobora desde la neuropsicología, la biología y la psicología. Por ejemplo, la mujer tiene mayor cantidad de materia blanca en el cerebro que el varón, lo que le permite un procesamiento más amplio entre funciones ejecutivas. En cambio, el varón tiene mayor cantidad de materia gris, lo que potencia ciertas funciones ejecutivas. (Lo veremos más adelante).
Pero también el varón tiene sus particularidades, Dios lo creo primero con un llamado a la acción: “Yavé Dios tomó al hombre y lo puso en el jardín del Edén para que lo cultivara y lo cuidara” (Génesis 2,15). Su misión aparece enseguida: trabajar y custodiar.
“Entonces Yavé Dios formó de la tierra a todos los animales del campo y todas las aves del cielo, y los llevó ante el hombre para que les pusiera nombre. Y el nombre de todo ser viviente había de ser el que el hombre le había dado” (Génesis 2,19).
El relato bíblico, ya desde el inicio, muestra el ser de Adán: fue creado para trabajar la tierra, para que la “cultivara y la cuidara”. A su vez, Dios le da dominio, lo hace cabeza, le otorga autoridad por encima de las criaturas (toda clase animal y vegetal), porque le da el nombre a cada una de ellas. El hecho de que ponga nombre a los animales es también un gesto de autoridad y de dominio que Dios confiere al varón. El varón es llamado a gobernar lo creado con sabiduría y templanza.
También Adán le da nombre a Eva, pero reconoce que ella es de la misma altura y dignidad. “El hombre puso nombre a todos los animales, a las aves del cielo y a las fieras salvajes. Pero no se encontró a ninguno que fuera a su altura y lo ayudara” (Génesis 2,20). Y luego, cuando Eva fue creada, Adán exclama: “Esta sí es hueso de mis huesos y carne de mi carne” (Génesis 2,23).
La óptica del mundo, el machismo y el feminismo encuentran en el Génesis la idea de que uno está por encima del otro, que uno tiene mayor dignidad. Pero esto no es así, ni nunca fue así. Por culpa del machismo y del feminismo, hoy tenemos grandes luchas de sexos, que en algunos pocos casos expresan algo de verdad, pero en su gran mayoría, no lo hacen.
Aunque también Dios hace cabeza al varón en su familia: “Porque el marido es cabeza de la mujer, como Cristo es cabeza de la Iglesia, su cuerpo, del cual él es el Salvador” (Efesios 5, 23). ¿Esto quiere decir que uno tiene más dignidad que otro? Absolutamente NO. Pues el varón y la mujer tienen la misma dignidad, y lo expresa el mismo Génesis: “Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya; a imagen de Dios lo creó; varón y mujer los creó” (Génesis 1, 27).
¿Entonces cómo se entiende que el marido es cabeza? Se entiende porque Dios da roles a cada cosa, para que haya orden y sinfonía. “Quiero que sepáis que la cabeza de todo varón es Cristo, la cabeza de la mujer es el varón, y la cabeza de Cristo es Dios” (1 Corintios 11, 3).

Don Bosco confesando a sus jóvenes seguidores. Formó hombres con ternura y con firmeza, y enseñó que la santidad también se juega en una cancha o en un taller.
Toda la creación respeta un orden. Si, por ejemplo, el planeta Marte no respetara las leyes de Newton, probablemente chocaríamos contra él, o la Tierra se alejaría mucho del Sol y moriríamos. Si nadie respetara la ley del semáforo, todos chocaríamos. Esto es lo propio de los roles, y lo importante de poner jerarquías. ¿Quiere decir que uno es más que otro? No. Pero es necesario.
También podemos ver otras citas bíblicas: “…el varón es cabeza de la mujer, como Cristo es cabeza de la Iglesia, el cual es su cuerpo y él es su Salvador.” Efesios 5,23. San Pablo no propone un dominio autoritario ni de superioridad, sino que lo compara con Cristo, que es cabeza de la Iglesia porque se entrega hasta la muerte por ella. O sea, el varón es cabeza en el sentido de ser el primero en amar, proteger, sostener, dar la vida, no de imponer.
Imagínense que Cristo se enoje con Dios Padre, porque Él tiene que estar sometido al Padre, y sin embargo, sabemos que Dios es uno en tres personas con una misma dignidad y gloria. (Padre, Hijo y Espíritu Santo)
Pero también el ser cabeza es un llamado al sacrificio. Como Cristo que murió en la Cruz, el varón está llamado a morir también. Es ser el primero en dar la vida, en rezar, en trabajar, en defender, en sacrificarse. Si no hay sacrificio, no hay cabeza.
Incluso en esto, puede pasar que se invierta, y lo vemos muy seguido. Quien lleva la autoridad en las decisiones es la mujer, y así hay un complemento entre los dos. “Cada uno de los esposos contribuye, de manera propia y con igualdad de dignidad, al bien del matrimonio y de la familia.” (Catecismo de la Iglesia Católica, 2207)
“El esposo y la esposa participan, aunque de modo diverso, de la autoridad […] dentro del hogar. Esta diversidad no significa subordinación, sino complementariedad.” Familiaris Consortio, n. 25. San Juan Pablo II.
Siguiendo con las particularidades del varón a nivel espiritual, lo podemos observar en el relato bíblico, luego de que Adán y Eva desobedecieran a Dios:
A la mujer, Dios le dijo: «Multiplicaré los sufrimientos de tus embarazos; darás a luz a tus hijos con dolor. Sentirás atracción por tu marido, y él te dominará» (Génesis 3,16). Lo que Dios le dice a Eva no se reduce solamente a lo concreto de los “sufrimientos al dar a luz”, sino que hay un sentido más profundo en sus palabras. En el fondo, lo que está diciendo Dios en este relato es que quedará resentida en sus afectos, herida en el corazón, en lo afectivo, en las emociones, en el alma, en la psicología, como consecuencia del pecado.
Al varón, Dios le dijo: «Porque hiciste caso a tu mujer y comiste del árbol que yo te prohibí, maldito sea el suelo por tu culpa. Con fatiga sacarás de él tu alimento todos los días de tu vida. Él te producirá cardos y espinas y comerás la hierba del campo. Ganarás el pan con el sudor de tu frente, hasta que vuelvas a la tierra, de donde fuiste sacado. ¡Porque eres polvo y al polvo volverás!» (Génesis 3,17).
En definitiva, el sentido profundo de esta condena al varón es que queda herido en la carne, en el cuerpo (no como en la mujer, que queda herida más en la psicología o el alma). Y esto también lo podemos observar en la práctica: por ejemplo, el varón suele quedar más inclinado a la lujuria, la pereza, la gula y, en general, a inclinaciones carnales.
A su vez, también el varón es el primero en pecar por omisión (justo lo contrario a lo que Dios le puso desde el principio). Es decir, en el momento en que Eva toma la manzana —que fue un pecado grave—, Adán, al no hacer nada, ya comete un pecado grave, tal vez igual o peor que el de Eva. Adán estaba allí, callado, pasivo. El pecado del varón es la omisión: el no cuidar, el no actuar cuando debía, el no proteger a Eva. No intercedió, y este es el pecado del silencio varonil. Esto es algo muy común que podemos observar también al día de hoy.
Horacio Bojorge dice: “El varón cae más en el polo animal, hacia el polo instintivo, a convertirse en perro o en chancho. La mujer más bien se exalta exageradamente hacia el polo espiritual; tiende a convertirse en bruja o en demonio. A la mujer se le exageran los apetitos espirituales del alma, mientras que, al varón, los apetitos del cuerpo”.[1]
Al final Dios le dice a Adán: “Con fatiga sacarás de él tu alimento todos los días de tu vida.”. El varón queda herido en su carne, en su esfuerzo y en su cansancio. El trabajo en vez de ser su bendición -como al principio- se vuelve fatiga. Y muchas veces sufre si no puede proveer o si no se siente útil. Su identidad está profundamente ligada al servicio y la misión externa.
Otras particularidades es que tiene el deber de enseñar y transmitir la fe. “Y ustedes, padres, no irriten a sus hijos, sino edúquenlos, corríjanlos y enséñenles según el Señor.” Efesios 6, 4. En la Biblia, el varón es muchas veces el que nombra, bendice y transmite la promesa de Dios a su descendencia: Abraham, Isaac, Jacob. Jesús mismo nace de la casa de David. San José, aunque no engendra a Jesús, es el que le da el nombre (Mateo 1, 21), y eso implica la adopción y la transmisión del linaje.

En la cárcel nazi de Auschwitz, Maximiliano Kolbe ofreció su vida por otro. En medio del horror, fue varón de Dios.
A su vez, tambien el varón es el sacerdote natural en su casa. Antes de que existiera el sacerdocio levítico, el que ofrecía sacrificios a Dios era el padre de familia. Por ejemplo: “Temprano al día siguiente, Abraham se levantó, preparó su asno… y cuando llegaron al sitio señalado, edificó un altar, colocó la leña y ató a su hijo Isaac.” (Génesis 22, 3.9) Abraham ofrece, intercede, bendice. El altar no lo arma Sara. El padre era el sacerdote familiar. El varón está llamado a ser el intercesor de los suyos.
A nivel biológico
Cerebro y cuerpo
En la biología también podemos confirmar todo lo que comenta el Génesis. Podemos empezar con las habilidades motoras, masa muscular, puntería fina y coordinación visoespacial. Todas estas funciones están destacadas en el varón y en ventaja respecto a la mujer, y le ayudan en las tareas, el trabajo, el sacrificio y todo a lo que está llamado el varón desde el Génesis.
Mayor masa muscular, con una mejor densidad ósea, favorece el trabajo físico, la resistencia y la fuerza. Las habilidades motoras ayudan a cargar, a empujar, a lanzar y a correr. La mejor coordinación visoespacial es la habilidad para calcular trayectorias, lanzar objetos, construir cosas, diseñar estructuras, dominando así tareas como carpintería, albañilería, etcétera, incluso en el deporte.
Todas estas capacidades no solo se reflejan en el músculo o en el hueso, sino que también se observa una mayor actividad o especialización cerebral en las zonas encargadas de estas funciones por encima de la mujer. La hormona que ayuda a este desarrollo es la testosterona, que es la característica del varón, la cual estimula la producción de neurotransmisores responsables de la coordinación y la precisión de movimientos, mientras que los estrógenos de la mujer inhiben el desarrollo muscular y la fuerza.
Las áreas del cerebro responsables son la corteza motora primaria, la corteza premotora y suplementaria, el lóbulo frontal, el cerebelo, los ganglios basales y el lóbulo parietal. Estas regiones se encuentran en el varón más especializadas y activas en tareas como la fuerza, el movimiento, la coordinación motora, la orientación espacial y la planificación de acciones concretas. Todo esto favorece sus habilidades físicas, laborales y deportivas.
Podemos observar en el encéfalo del varón una mayor cantidad de materia gris que en la mujer, aunque la mujer tiene más materia blanca. La materia blanca es la que transporta la información entre distintas zonas del cerebro; en cambio, la materia gris es donde se procesa esa información. Para poner un ejemplo sencillo: el cerebro es como una casa. En la mujer hay pasillos grandes y bien conectados, pero cuartos normales; en cambio, en el varón los pasillos son normales, pero los cuartos son más grandes. Es decir, el varón tiende a tener funciones más localizadas, mientras que la mujer conecta más rápido distintas áreas al mismo tiempo (son cerebros distintos).
En el lóbulo frontal del varón podemos notar también un reforzamiento en las conexiones responsables del comportamiento impulsivo y de la toma de decisiones. El varón está más estimulado a asumir riesgos, y las áreas del cerebro que regulan estas funciones son de mayor tamaño en comparación con la mujer. Esto no es solo biológico; también lo vemos reflejado en la Sagrada Escritura, cuando dice: “Porque el hombre es la cabeza de la mujer, así como Cristo es la cabeza de la Iglesia, que es su cuerpo, y él es su Salvador.” (Efesios 5, 23)
Esto también se debe, en gran parte, a la acción de la testosterona, y a una menor activación de las zonas emocionales del cerebro en el momento de tomar decisiones. En la mujer, ocurre lo contrario: tiende a integrar más la emoción en el proceso racional.
También en el hemisferio derecho del varón se puede observar una mayor densidad de conexiones responsables de la percepción visual y el razonamiento espacial. Esto le permite, en general, tener mejor desempeño en tareas que requieren habilidades mecánicas y espaciales, como conducir vehículos, jugar videojuegos, o realizar trabajos que requieren precisión técnica y ubicación en el espacio.
Los núcleos hipotalámicos implicados en la conducta sexual del varón son de mayor tamaño que en la mujer, y por eso en el hombre se desarrolla y se exacerba con mayor facilidad el apetito sexual. Por eso el matrimonio no solo tiene una función procreativa o unitiva, sino que también es un gran remedio a la concupiscencia.
Genética, endocrinología y hormonas.
En la genética del varón, a nivel de los cromosomas, está definido por XY. Es precisamente el cromosoma Y el que activa el gen llamado SRY, que da inicio al desarrollo de los testículos, los cuales producirán testosterona, la hormona masculina por excelencia. Por naturaleza, el cuerpo del varón suele acumular menos grasa y tener mayor masa muscular.

La hormona del varón por excelencia es la testosterona. Es producida principalmente por los testículos y juega un papel fundamental en el desarrollo de las características masculinas, como una voz profunda, crecimiento de vello facial y corporal, una mejor función sexual, un metabolismo más activo, y una mayor producción de glóbulos rojos y blancos. La testosterona estimula la competitividad, la búsqueda de logros, la agresividad ordenada y la toma de riesgos.
Otra sustancia clave es la dopamina -también presente en la mujer., que, aunque es principalmente un neurotransmisor, también actúa como hormona cuando es secretada por el hipotálamo. Se la conoce como la hormona del placer y la recompensa, y participa en la motivación, el deseo sexual, la búsqueda de objetivos, el disfrute del logro y la acción decidida. El varón, al tener niveles más altos de dopamina y una mayor sensibilidad a ella, tiende a ser más impulsivo y orientado al resultado.
También hay otras hormonas importantes en el varón, como la LH, que estimula la producción de testosterona, y la FSH, que ayuda a la formación de espermatozoides. Son hormonas que, aunque no se mencionan tanto, son fundamentales para la fertilidad del varón.
Órganos
A nivel corporal, el varón tiene un conjunto de órganos ubicados en la región pélvica, exclusivos del sexo masculino.
Testículos. Son las glándulas sexuales masculinas. Su función principal es la producción de espermatozoides (células sexuales del varón) y de testosterona, la hormona masculina por excelencia. Durante toda su vida fértil, el varón produce millones de espermatozoides todos los días, los cuales se almacenan en los conductos para ser expulsados durante la relación sexual.
También encontramos dentro el epidídimo, cuya función es almacenar y madurar los espermatozoides. Los conductos deferentes son los tubos que los transportan, y las vesículas seminales producen un líquido que nutre y protege los espermatozoides.
La próstata tiene como función principal producir un líquido lechoso que forma parte del semen. Este líquido ayuda a nutrir, proteger y movilizar los espermatozoides, dándoles el ambiente ideal para llegar al óvulo.
Pene. Es el órgano de cópula y también el conducto por donde se elimina la orina. Durante la relación sexual se produce la eyaculación, donde el semen es expulsado a través de la uretra. El pene también es un órgano altamente inervado, con muchas terminaciones nerviosas, por lo que es una zona erógena principal en el varón.
Escroto. Es la bolsa de piel que contiene y protege los testículos. Regula la temperatura ideal para la producción de espermatozoides; si hace frío, se acerca al cuerpo, y si hace calor, se aleja.
Corporal
El varón tiene la misma cantidad de costillas que la mujer, y esto lo mencionamos porque el relato bíblico dice que Dios quitó una costilla de Adán para crear a Eva. Pero, ¿por qué dice la Biblia que le quitó una costilla si ambos tienen la misma cantidad?
En efecto, según una investigación del profesor de biología Scott Gilbert, se ha estudiado un hueso cuyo nombre es báculo (baculum), que quiere decir bastón o cetro, y que aún está presente en los machos de muchas especies de mamíferos, como los chimpancés y los gorilas. Se trata del hueso peneano.

En Génesis 2 se dice: «Entonces Jehová Dios hizo caer sueño profundo sobre Adán y, mientras éste dormía, tomó una de sus costillas y cerró la carne en su lugar. Y de la costilla que Jehová Dios tomó del hombre, hizo una mujer y la trajo al hombre.»
Ziony Zevit, un especialista en literatura bíblica y lenguas semitas de la American Jewish University de Los Ángeles, explicó que la palabra hebrea traducida como “costilla”, “costado” o “flanco” también tiene un sentido figurado, como “tabla”, “viga”, “puntal” o “columna”.
A su vez, tanto en la mujer como en el varón (se nota más en el varón), se puede observar el rafe perineal, que es una especie de sutura o línea que corre a lo largo del órgano reproductor masculino.
A nivel corporal, el varón tiene como distintivo la presencia; su cuerpo está hecho para marcar territorio, proteger y sostener. A diferencia de la mujer, cuya figura es curvilínea y envolvente, el cuerpo del varón tiende a ser más anguloso, definido y estructurado, hecho para la acción. El pecho ancho, los hombros fuertes y en punta, las manos grandes, la espalda marcada como un triángulo hacia abajo. Todo habla de una arquitectura pensada para el esfuerzo, la defensa y el sacrificio.
El varón no tiene redondeces delicadas, sino formas que afirman presencia y capacidad de intervención en el entorno. No está hecho para embellecer el espacio, sino para entrar en él, ordenarlo, levantarlo, sostenerlo. Si la mujer genera espacio para otro, el varón lo conquista y lo resguarda.
Su voz también cambia con el paso de la niñez a la adultez: pasa de un tono agudo o voz de “pito” a una voz más grave y firme. Esta voz no solo lo distingue físicamente, sino que también refleja su autoridad natural, su llamado a decir la palabra justa, a guiar, a orientar, a bendecir.
Sus movimientos tienden a ser más directos, firmes, menos adornados, pero no por falta de expresión, sino porque el varón comunica más con lo que hace que con lo que muestra. En el trabajo, en el esfuerzo, en la forma de caminar, de sentarse, de cargar a un hijo, de abrazar: hay una inteligencia corporal distinta, menos emotiva, pero más orientada al acto.
La mujer encuentra atractivo al varón cuando, al mirarlo, se refleja en su cuerpo lo que fue llamado a ser desde el Génesis: fuerza, firmeza, seguridad, decisión. Cuando el cuerpo del varón expresa su vocación natural —de proteger, sostener, trabajar y dar la vida—, eso genera en la mujer una atracción profunda, incluso inconsciente.
Pero cuando el varón pierde ese lenguaje corporal, ya sea por sobrepeso, excesiva suavidad en los movimientos, una delicadeza exagerada, o un cuidado extremo de su apariencia, hablando de manera delicada, muchas veces eso no transmite masculinidad auténtica, y la mujer naturalmente pierde atracción.
Vale aclarar que tampoco es atractivo el otro extremo, donde hay mucha dureza, torpeza al hablar, el poco cuidado corporal, etcétera.
A nivel Psicológico
El varón se forma y crece dentro de una familia: ya sea con sus padres, o luego con su esposa e hijos. Es en ese entorno donde descubre quién es, qué debe hacer y para qué fue creado. Pero si esa familia se rompe, lo que se destruye no es solo una estructura, se aboliciona al varón, se lo deja sin referencia, sin responsabilidad y sin sentido.
Se dice, con razón, que el varón quiere tener una casa para una mujer, y que la mujer desea un esposo para tener un hogar. Esta afirmación muestra una disimetría natural, no un conflicto. No se trata de una diferencia de dignidad, sino de una diferencia de enfoque y de misión.

Le dispararon en plena plaza, y perdonó sin dudar. San Juan Pablo II mostró
que el varón no guarda rencor.
Cabe destacar que, si bien vemos cómo desde el lado espiritual y biológico el varón está destinado a la producción y al trabajo, hoy el mundo gira en torno al poder y al dinero, y se termina entendiendo el valor de una persona en función de eso.
Pero en el lenguaje católico, el valor no depende de lo que uno tenga o produzca. El valor es intrínseco a la persona, sea quien sea, de cualquier etnia, con muchas enfermedades o sin ellas, sea la persona más pulcra o incluso un gran pecador. El valor es el mismo: la sangre de Cristo fue derramada por cada uno de nosotros. Y eso no cambia.
En este punto hay mucho fastidio, porque el mundo de hoy entiende que lo material es lo primero, lo que da estatus, lo que da valor. Y todo gira en torno al dinero. Pero este pensamiento consumista no es el pensamiento católico. En el pensamiento católico, se valora la familia, el amor, la entrega, la vida. No la cuenta bancaria.
Tampoco estamos diciendo que el hombre no puede hacer nada en el hogar o que la mujer no puede trabajar. No es eso. Lo que decimos es que, a grandes rasgos, y dentro de sus singularidades, cada sexo tiene una vocación propia. Esto ya lo muestra el Génesis, con claridad. No significa que sea algo rígido o cuadrado, pero sí es algo que está en la esencia. Y cuando cada uno vive su vocación con verdad, eso construye la familia y realiza a la persona.

«Los Principios Morales no dependen de lo que diga la mayoría de la gente. Cuando algo es un error, es un error, así todos formen parte de ese error. Lo correcto es lo correcto, así nadie esté en lo correcto.» (Venerable Fulton J. Sheen, 1953)
En definitiva, no existe una “construcción social de roles”, porque los roles vienen desde la misma esencia del ser humano, lo vemos desde la biología, desde la psicología y desde la espiritualidad. Por más esfuerzo que se haga para negar esto, la naturaleza no cambia. Uno puede taparla, ignorarla, distorsionarla, pero sigue ahí.
Es como querer decirle a un árbol que empiece a volar, o a un pájaro que viva bajo el agua. No es que no quiera, es que no fue hecho para eso. Así también pasa con el varón y la mujer: cada uno tiene una vocación propia, una estructura, una misión, y cuando se respeta eso, todo florece. Cuando se niega, todo se rompe.
Singularidades
Como lo menciona el sacerdote uruguayo Horacio Bojorge, la disimetría de la pena del pecado original se manifiesta de manera distinta en el varón y en la mujer. El varón se inclina más hacia el polo animal, mientras que la mujer, por su naturaleza espiritual más intensa, se desordena más en el ámbito del corazón.
Cuando la mujer ama de forma desordenada, tiende a querer controlar o dominar al que ama. Ese deseo profundo de proteger, cuidar y estar presente, que en sí mismo es bueno, cuando se sale de cauce, la puede llevar sentándose “en la silla de Dios”.
El varón, en cambio, no tiende a integrar tanto sus emociones como la mujer; su debilidad va por otro lado, y es más bien carnal. Esto también lo vemos reflejado en el Génesis, cuando Dios le dice: “Con el sudor de tu frente sacarás el alimento de la tierra…” Es decir, el varón queda herido en el cuerpo, en lo sensitivo y su lucha está en la pereza, la lujuria, la gula, en todo lo que involucra el esfuerzo físico y el dominio de su cuerpo.
“El varón cae más en el polo animal, hacia el polo instintivo, a convertirse en perro o en chancho. La mujer más bien se exalta exageradamente hacia el polo espiritual; tiende a convertirse en bruja o en demonio. A la mujer se le exageran los apetitos espirituales del alma, mientras que, al varón, los apetitos del cuerpo”.[2]
Por ejemplo, cuando el varón se enoja, comienza a golpear cosas como un animal. Es glotón, come y toma desmedidamente. La lujuria es imparable, como una adicción que no controla y todo lo lleva a ese plano.
En cambio, en la mujer, también sufre los placeres carnales, pero se manifiestan de forma diferente. Por ejemplo, la ira de la mujer es más fría y espera el momento justo; no se eclipsa la razón. En cambio, el varón se vuelve loco.
El llamado del varón es para ser esposo y papá, y todo lo que esto significa: el llamado a proteger, proveer, trabajar la tierra, y ser sostén y soporte de la familia. A partir de este llamado, Dios regala características que son de protección, de provisión y de sostén.
La guía del varón es el nuevo Adán, que es Cristo. El varón debe mirarse en Él, que viene a manifestar la verdadera hombría y virilidad.
Cuando pensamos en Cristo, pensamos en la cruz, porque el hombre —como lo hizo Cristo— está llamado al sacrificio, a ir a la guerra, a luchar (en el sentido amplio de la palabra). No es casualidad que vayan más varones a la guerra que mujeres.
Estas características se pueden ver, por ejemplo, cuando un niño se cae y el padre le dice: “Vamos, levántate y deja de llorar”. En gran parte de los casos, ese padre no le está diciendo en el fondo “sea machista, los hombres no lloran, no sea mujercita”. Lo que le está diciendo, en el fondo, es que cuando uno se cae, hay que levantarse y seguir adelante.
El varón está hecho para el combate. Dios mismo forma al varón con características de lucha. En lo físico, lo psicológico y lo espiritual. Los hombres de la Biblia pelean, interceden, guían, dan la vida, sufren. “Luché con Dios y con los hombres y he vencido.” (Génesis 32, 28) — Jacob “Sé fuerte y valiente. No temas ni te acobardes, porque el Señor tu Dios estará contigo adondequiera que vayas.” (Josué 1, 9)
El varón no está hecho para el confort. El alma del varón se forma en la batalla, en la resistencia, en la cruz.

Miguel Ángel Pro, con los brazos en cruz, gritó “¡Viva Cristo Rey!” ante el pelotón de fusilamiento. No negoció la fe
Aunque muchas veces vemos el extremo donde el varón no es capaz de dar ninguna muestra de afecto, de amor, de abrazos, de besos, ni ninguna palabra de cariño, y esto termina en un efecto contrario: el hijo se llena de heridas en el corazón.
Pero, por fuera de estos casos, el padre prepara a sus hijos para ser esposos y padres; es quien gobierna, es cabeza, es quien toma la iniciativa, quien provee, quien da seguridad, quien protege, quien es llamado al heroísmo, a los actos heroicos. Esto no quiere decir que no haya heroínas, no. Pero, en principio, el hombre está llamado a sacrificarse.
Es importante comprender que la naturaleza está herida por el pecado, y esas heridas tienen consecuencias distintas en el varón y en la mujer. Esto se llama disimetría de las penas: el pecado afecta a ambos, pero impacta de forma diferente según las características propias de cada sexo. En algunas situaciones hiere más profundamente a la mujer, y en otras, afecta más al varón.
Su estructura física, su forma de pensar, incluso su impulso interior, están hechos para intervenir, transformar y dar forma a lo que lo rodea. Tiene una mirada más general, más orientada al conjunto que al detalle. Mientras la mujer embellece, el varón afirma. El varón observa la construcción de una casa, la mujer observa como esta decorada.
En la familia, el varón marca dirección. Es el que da estructura, da contención, pone el límite y enseña con el ejemplo. Su silencio muchas veces habla más que sus palabras. Un hogar sin padre se vuelve inestable. Y aunque la mujer puede sostener todo por amor, el varón es necesario para que haya firmeza y orden. Cuando el varón falta, muchas veces todo se tambalea.
El varón es más de lo práctico. Le gusta resolver, arreglar, edificar. No se pierde tanto en los detalles, pero necesita de la mujer para no endurecerse. La mujer lo eleva; el varón la sostiene. Ella le da profundidad, él le da dirección.
En su forma de ser, el varón suele ser:
Proyector. Siempre está pensando en el futuro, en cómo lograr algo, en cómo llegar. Mira el conjunto, proyecta, planea, construye en su mente. Aunque a veces se desconecta del presente, su mirada está puesta en a dónde llevar a los suyos.
Defensor. Tiene una inclinación natural a proteger lo que ama. Puede ser tosco, directo o poco expresivo, pero cuando ama, pone el cuerpo. Su forma de demostrar amor muchas veces es el trabajo, el sacrificio, el aguante en silencio, aunque esto suele ser un problema, ya que el amor tambien se tiene que e expresar con abrazos, besos, regalos, etcétera.
Reservado. No siempre dice lo que siente. No porque no sienta, sino porque lo vive para adentro. Prefiere mostrar con actos más que con palabras, y muchas veces su presencia vale más que mil discursos.
Firme y concreto. Puede ser terco, puede ser frío, pero cuando se ordena por dentro, su firmeza da paz. Es una roca. Cuando el varón está plantado en Dios, su sola presencia calma el alma de su familia.
El varón no es tan afín a lo espiritual como la mujer, por eso en una misa suele haber un 80 % de mujeres. Pero cuando un varón se apoya en Dios, cuando se arrodilla ante Él, ahí se ve el verdadero culmen de la hombría. Porque arrodillarse no lo hace menos hombre, al contrario: lo hace un verdadero caballero, un varón completo, alguien que reconoce que su fuerza no está en sí mismo, sino en Aquel que lo creó.
Pereza
La pereza en el varón muchas veces se disfraza de cansancio o de «merecido descanso». Después del trabajo, busca no ser molestado, sentarse, comer, mirar algo y que nadie lo interrumpa. Pero si ese descanso se desordena, aparece una pereza instalada, que genera conflictos y lo desconecta de su familia. No se involucra, no escucha, no participa, se vuelve ausente estando presente.
Este tipo de pereza lleva al varón a desentenderse de sus deberes como esposo y como padre, creyendo que con solo trabajar ya hizo lo suyo. Se instala en la casa, pero no se entrega. Su presencia se vuelve pasiva, y eso afecta el corazón de la esposa, los hijos y el clima del hogar.
El padre Horacio Bojorge también habla de esta pereza masculina como una forma de acedia: una resistencia interna a amar con esfuerzo, a ir más allá de uno mismo, a ponerse de pie por el otro. Es como una negación interior del deber de amar. El varón que no lucha contra esta pereza termina perdiendo autoridad, afecto y sentido.

San Martín de Porres, sin título ni honra, pero con una escoba y mil milagros, mostró que el varón grande es el que sirve en silencio.
Gula
En la gula, el varón tiende a un gran desorden. Necesita saciarse comiendo mucho, comiendo muy bien, buscando ese placer inmediato de la panza llena, que muchas veces va de la mano con la pereza y la lujuria: todos placeres carnales. La mujer también tiene gula, pero no tanto en la cantidad, sino más bien en el deleite refinado, por comidas más seleccionadas, postres, sabores finos.
En el varón, en cambio, se manifiesta en la cantidad: come tres platos de comida, repite, y no se mide. Esto termina afectando su salud, lo hace más lento, más pasivo. Por eso es importante que el varón se ejercite, no solo para cuidar el cuerpo, sino también para combatir la gula, la pereza y la lujuria, que siempre están relacionadas.
Un ejemplo sencillo: si le das un alfajor a un niño y a una niña, vas a ver que el niño lo devora, mientras que la niña lo saborea. Esa diferencia ya habla mucho.
El padre Horacio Bojorge menciona que el vicio capital propio del varón es la lujuria, pero que muchas veces entra por la gula, por ese deseo de saciedad constante. Dice que cuando el varón no ordena sus apetitos, queda atrapado en la carne.
Cuando un varón no tiene gula, es dueño de sí mismo. No come por ansiedad ni por placer desmedido. Sabe decir basta, y eso se nota en todo: en su cuerpo, en su mente y en su espíritu. Tiene orden, tiene templanza, y eso lo fortalece.
Lujuria
Otra gran debilidad del varón es el deseo desordenado de la lujuria, el gran vicio capital del varón. El varón cae con mayor facilidad en la lujuria que la mujer. Dios nos creó para unirnos, y en este sentido, no está mal la sexualidad, porque tenemos esa capacidad de unión y la capacidad de procrear. El varón tiene un impulso natural de procrear, de poblar la tierra, pero este impulso se descontrola por el pecado original.
Por eso, vemos que en general el hombre cae con mayor frecuencia en la masturbación, en páginas pornográficas, es quien suele proponer las relaciones sexuales y también quien propone actos sexuales aberrantes. Todas estas aberraciones traen muchos más problemas: infidelidad, ruptura de hogares, daño en las relaciones con las personas que ama, y sobre todo, en nuestra relación con Dios.
Estas realidades nublan el sentido de por qué fuimos creados. No permiten ser cabeza, ni ser fieles, ni tomar decisiones claras, ni sacar la familia adelante.
A nivel cerebral, el varón tiene una mayor concentración de testosterona, que estimula zonas del cerebro vinculadas a la búsqueda del placer sexual y a la acción inmediata, por eso le cuesta más postergar el deseo o autorregularse. Esta diferencia biológica hace que su lucha sea distinta a la de la mujer, y en muchos casos, más intensa.
En este sentido Bojorge expresa una cuestión muy importante en cuanto a la sexualidad: “En el varón, la pasión sexual desordenada es mucho más evidente, porque él cae hacia el polo animal en todos los desórdenes instintivos, se deshumaniza, se deja llevar por el instinto sexual como un animal, se desconecta, se despersonaliza, se hace incapaz de vivir su sexualidad de manera integrada con su capacidad de amar”
“Ésta es la razón por la cual, si hay relaciones prematrimoniales, como no se ha fortalecido todavía suficientemente el marco de la amistad, si se da un ejercicio de la sexualidad temprano antes de que se haya creado un marco fuerte de amistad no erotizada, se produce un de-sinflamiento o un impedimento en el crecimiento de la amistad en el noviazgo.”
“El noviazgo es la escuela de la amistad matrimonial: el varón debe ser enseñado por la novia a dominar su sexualidad. Si no, al poco tiempo no pensará en ella sino en el cuerpo de ella. Será un encuentro en el que cada vez se va a ir haciendo menos fuerte el vínculo amistoso y más fuerte el pasional, a costa del amistoso.”
“De ahí vienen muchas veces las crisis de la relación de noviazgo y más tarde en el matrimonio. La novia o la esposa no se explican por qué la infidelidad del varón. Lo que asegura la fidelidad es la amistad, no la sexualidad.”
“Después, la mujer se asombra de que haya infidelidad en el varón, pero no se da cuenta de que ella misma no lo ayudó a ser dueño de sí mismo y de su sexualidad creando el marco de una amistad casta. Muchas piensan que tener relaciones sexuales es una manera de “agarrarlo” cuando en realidad lo sumen en una indiferenciación afectiva y puede ser atraído por todas o cualquiera. El varón es potencialmente polígamo. Si la mujer no lo “ata” por una amistad, es como el fuego fuera de la hornalla.”
En cambio, en la mujer, la lujuria aparece muchas veces como una búsqueda de afecto y ternura, mientras que el hombre busca más directamente el cuerpo. La mujer puede usar su cuerpo para seducir y también para manipular al hombre a través de la sexualidad o incluso mediante la prostitución.
Se suele decir que la mujer da sexo a cambio de amor, y el hombre da amor a cambio de sexo.
Sin embargo, en la mujer vemos algo maravilloso: su sexualidad expresa su amor, su personalidad, su entrega y su ternura. Ella tiene la capacidad de amar desde lo profundo de su ser, y no necesariamente a través de la sexualidad.
Esto no sucede igual en el varón, cuya expresión afectiva tiende a quedar más limitada al plano físico si no ha sido educado para amar con todo su ser.
Todo lo que expresa el Magisterio y el padre Bojorge se corrobora con los datos de la ciencia y la biología. El varón, por su diseño cerebral y hormonal, está más expuesto al desorden sexual, y por eso la lujuria lo afecta con más fuerza. Su base biológica es más intensa, más directa y con menor integración emocional que la de la mujer.
Es decir, si el varón no es educado ni formado en el dominio propio, termina teniendo relaciones solo como una descarga física, sin encontrar en eso sentimientos, enamoramiento ni vínculo real. Su sexualidad, sin formación, se vuelve vacía, repetitiva y adictiva.
En el cerebro del varón, los núcleos hipotalámicos que regulan la conducta sexual son más grandes y tienen una actividad más intensa que en la mujer. Esto significa que el deseo sexual en el hombre se activa más rápido, con más frecuencia y con menos estímulo emocional o afectivo. Basta una imagen o un pensamiento para encenderlo.
A eso se suma la testosterona, que está en niveles mucho más altos que en la mujer. Esta hormona dispara el deseo sexual, la búsqueda de novedad, el impulso físico y la necesidad de descarga. Cuando no está bien canalizada, el varón queda atrapado en un circuito de estímulo-recompensa, como si no pudiera frenar.
Es por esto que la mayoría de las aberraciones sexuales en el mundo provienen de los varones.
En las relaciones sexuales, el varón llega rápido al punto máximo y también baja rápido. En cambio, la mujer sube más lentamente, y cuando recién está llegando a su mejor momento, todavía necesita tiempo para disfrutar y bajar con calma. Esta diferencia es clave, pero muchos varones no la entienden.
Un error común es apurar el inicio de la cópula, sin dar espacio al afecto, al cariño mutuo y a lo previo. Entonces, cuando el varón ya terminó, la mujer recién está empezando o ni siquiera logró conectar. Otro error es terminar y desconectarse, como si la relación ya hubiera terminado, cuando en realidad el momento posterior también es parte del encuentro. Esa unión y atención después del acto es fundamental para que ambos disfruten de verdad y se fortalezcan en el amor.

Si una mujer quiere comprobar que un varón la ama de verdad, pídale castidad en la amistad. Solo un verdadero varón y un varón que ama a esa mujer puede hacerlo. Cuando un varón no tiene lujuria, ama de verdad. No usa, no busca placer, no convierte a la otra persona en un objeto. Mira con pureza, con respeto, con dignidad. Ve el alma, no solo el cuerpo.
El varón que vence la lujuria es libre, no esclavo de sus impulsos. Su deseo no desaparece, pero lo ordena, lo eleva, lo entrega. Ama con el cuerpo, pero también con el corazón.
Ira
En cuanto a la ira Bojorge dice: “Cuando el varón se enoja, pierde la razón, pierde la cabeza; actúa irracionalmente, patea, golpea, tira un plato, las hijas se aterran, la mujer se disgusta sin entender por qué él perdió su dignidad de ser racional. A la mujer, en cambio, cuando se enoja se le agudiza la inteligencia; pareciera que piensa mejor lo que va a decir para lastimar más; es una ira fría y racional.”
Es decir, la ira del varón es principalmente corporal, mientras que la ira de la mujer suele ser psicológica. Incluso hay palabras de una mujer que pueden ser tan fuertes como un golpe.
En este sentido, las leyes solo condenan la violencia física, pero cuando una mujer le dice a un varón cosas como que otro hombre es mejor en las relaciones sexuales, o frases como “siempre fuiste un fracasado”, o comentarios que tocan directamente el punto más sensible, estas cosas no se consideran graves en el ámbito de la justicia.
Y sin embargo, pueden ser profundamente destructivas, al punto de llevar a muchos hombres al suicidio —algo que, de hecho, ocurre—.
Lamentablemente, se ve en nuestra sociedad cómo el hombre reacciona con un grito o con un golpe, y lo vemos reflejado en las comisarías con mujeres golpeadas.
Pero también sucede que el hombre lleva muchas heridas internas, porque cuando la mujer quiere hacer daño, no lo hace con un golpe físico, sino que hiere con una palabra, con vacíos silenciosos, con otro hombre, o incluso con quitarle lo más preciado, como un hijo.
Rara vez veremos a una mujer golpear, porque no es así su naturaleza. Ella golpea con las palabras.
Por un lado, el varón debe ser profundamente consciente del riesgo de violencia, reconociendo que se trata de una debilidad y algo que debe superar para no dañar a la mujer. Esta violencia no solo se manifiesta a través de agresiones físicas, sino también mediante gritos, insultos o amenazas.
La mujer, por su parte, necesita también cuidar sus palabras, sobre todo en cuanto a su contenido emocional. Mientras que el golpe del hombre deja marcas visibles en el cuerpo, las heridas que provoca la mujer muchas veces quedan en el corazón, a través de palabras punzantes, especialmente cuando atacan lo más sensible, como la familia: “tu familia siempre…”, “nunca me satisfaces…”, y frases por el estilo.
El varón sin ira sabe corregir sin lastimar, hablar sin destruir, y poner límites con firmeza pero con amor. No se deja arrastrar por el impulso, porque su centro está en Dios. Y eso da paz a los que tiene alrededor: esposa, hijos, hermanos, amigos.
Cuando un varón domina su carácter, sana heridas en otros. Porque su presencia no asusta, sino que sana. Y eso vale mucho.
Avaricia
En el caso del varón, la avaricia no suele ir tanto por el deseo de seguridad emocional como en la mujer, sino por un afán de dominio, de poder, de prestigio. Cuando se desordena, quiere tener más no por necesidad, sino por sentir que vale más que otros. Se llena de cosas, de logros, de números, como si eso definiera su valor como varón.
Bojorge señala que la avaricia muchas veces entra camuflada por el deseo de demostrar poder o éxito. El varón quiere tener porque cree que, si no tiene, no vale. Confunde el rol de proveedor con la idea de que todo gira en torno al dinero, y entonces cae en una forma de idolatría.
No es raro ver cómo muchos hombres trabajan sin parar, se obsesionan con el progreso, el auto, el estatus, la casa perfecta, pero no disfrutan nada, no comparten con su familia, ni se abren al otro. La avaricia no es solo acumular, es poner el corazón en lo material, y eso seca el alma.
El problema es que cuando el varón pierde el sentido espiritual de su misión, termina creyendo que su valor depende de lo que puede comprar o mostrar. Deja de ser varón, y se vuelve una máquina de producir que nunca descansa. Quiere dominar a través del dinero, y cuando no lo consigue, se frustra, se encierra o explota.
También se da una avaricia del tiempo y de la entrega: muchos varones no quieren “perder tiempo” en conversaciones profundas, en tareas de cuidado, en actos simples de amor. Lo consideran “gasto inútil”, como si su tiempo valiera solo por lo que produce en dinero.
Cuando el varón no se llena de Dios, empieza a llenarse de cosas, de logros, de metas sin sentido. Pero termina vacío igual, porque el verdadero descanso está en Dios.
Cuando un varón no es avaro, vive libre y disponible para los demás. No está atado al dinero ni al afán de tener. Comparte con generosidad, porque sabe que lo que tiene le fue dado para servir.
El varón que no es avaro no guarda para sí, sino que multiplica el bien, y eso alivia muchas vidas. Ayuda al que no tiene techo, al que pasa hambre, al que necesita una mano. No se encierra en su comodidad, porque entiende que su misión es sostener, proveer y levantar al caído.
Envidia
La envidia en el varón suele estar más disimulada, pero no por eso es menos real. El varón no suele hablar abiertamente de lo que le molesta del otro, pero lo siente por dentro. En vez de decir “me duele lo que el otro tiene”, muchas veces se cierra, compite, se burla o lo menosprecia.
A diferencia de la mujer, que suele envidiar más desde el plano afectivo o estético, el varón envidia el poder, el respeto, el reconocimiento, la autoridad, la fuerza o el éxito de otro. Si ve a otro que logra más, que lo superó en algo, puede enfriarse internamente, volverse indiferente o directamente querer tirarlo abajo. No lo dice, pero se le nota.
Bojorge dice que el varón muchas veces cae en una “emulación orgullosa”, en una especie de “yo también tengo que ser más que vos” o “yo valgo más porque soy mejor que vos”. Es una envidia silenciosa, que no se muestra con palabras, pero que envenena el corazón. No le soporta al otro su gracia, su puesto, su liderazgo o su carisma.
En lugar de admirar lo bueno del otro, lo ve como amenaza. Y ahí comienza la lucha, la competencia, el chiste con veneno, la crítica ácida, o directamente el deseo de que al otro le vaya mal.
El problema es que el varón, cuando pierde la mirada de Dios, deja de verse a sí mismo con verdad y empieza a medirse con los demás todo el tiempo. No vive en paz. La envidia lo seca. Le roba la alegría. Lo hace desconfiar de todos. Y al final, termina solo, compitiendo contra todos, sin darse cuenta que el verdadero enemigo es él mismo.
El verdadero varón, a imagen de San José, es el que se hace cargo. A pesar de la pobreza, de la injusticia, de las sorpresas que no entiende —como cuando descubre que María está embarazada sin haber convivido con ella—, no se ofusca, no envidia, no huye. Tampoco se queja. José confía, obedece y actúa.
Aun cuando le toca vivir en la pobreza, ser perseguido, huir a Egipto por el intento de asesinato del Niño, José sigue adelante. No se detiene, no se victimiza. Su fuerza está en saber que su descanso no está en el mundo, sino en Aquel que lo creó. El varón que quiere ser varón de verdad, tiene que mirar a José: trabaja en silencio, protege sin hablar, ama sin ruido, y carga sobre sí la misión que Dios le confió.
Cuando un varón no es envidioso, vive en paz consigo mismo y con los demás. No compite, admira sin compararse, y alegra el corazón ver triunfar a otro. No se amarga por lo que no tiene, porque sabe quién es y qué le fue dado.
El varón libre de envidia no necesita destacar; hace lo suyo con firmeza y sencillez. Su alegría no depende de ganarle a nadie, sino de cumplir con su misión. Y eso lo hace ligero, fraterno, confiable.

Pier Giorgio Frassati murió a los 24 años de una poliomielitis fulminante, probablemente contagiada durante sus visitas a los pobres y enfermos en los barrios marginales de Turín. Próximamente será santo junto con Carlos Acutis.
Orgullo o soberbia
En el varón, el orgullo muchas veces se disfraza de autosuficiencia. No pide ayuda, no reconoce errores, le cuesta aceptar límites. No se somete fácilmente a una autoridad, y menos si lo hace quedar en evidencia. Tiene una necesidad interna de demostrar que puede solo, aunque por dentro se esté cayendo.
El rechazo a la corrección es uno de los signos más claros de la soberbia varonil. Le cuesta que le marquen algo, sobre todo si viene de alguien cercano. En vez de tomarlo como oportunidad de mejora, lo vive como una amenaza a su hombría. Su orgullo no soporta mostrarse débil, porque aprendió a fuerza del mundo que “el hombre no llora”, “el hombre no se equivoca”.
También se nota en el orgullo del éxito. Si las cosas le van bien, puede llegar a creer que es por mérito propio, sin reconocer que todo es gracia. Se agranda, se cierra, y se olvida de Dios. Y si le va mal, se encierra más todavía, como si perder fuera una humillación intolerable.
A diferencia de la mujer, que puede controlar con gestos o desde el corazón, el varón muchas veces domina con su presencia, con el tono, con el silencio o con el enojo. Y no siempre grita, pero hace sentir que todo tiene que girar en torno a él. Es un orgullo que no se muestra con palabras, pero que se impone con actitudes.
El problema del varón orgulloso es que no sabe ser corregido, no sabe obedecer y no sabe inclinarse. Le cuesta arrodillarse, pedir perdón, volver atrás. Su conversión suele ser más dura porque su cabeza es dura. Solo cuando Dios lo toca profundo y lo quiebra desde adentro, puede empezar el camino de la humildad.
Cuando un varón es humilde arrastra a toda su familia, amigos y vecinos a Dios. Cuando un varón es humilde, todo se ordena. No pierde autoridad, gana respeto. No necesita imponerse, porque su presencia da paz. Sabe que no puede solo, y por eso se apoya en Dios.
El varón humilde escucha, guía sin aplastar y pide perdón sin miedo. Su ejemplo no grita, pero forma y edifica. En la familia y en la vida, sostiene sin buscar protagonismo.
Otros detalles
El varón, a diferencia de la mujer, olvida rápido. No recuerda frases, ni gestos, ni detalles como la mujer. Pero eso no siempre es virtud: muchas veces evita lo profundo, lo emocional, porque le incomoda lo que no puede resolver.
Su lucha no es con el oído, como la mujer, sino muchas veces con los ojos. No habla de lo que siente, pero observa todo y se guarda lo que le dolió. No lo procesa como ella, lo encierra. Y ese encierro, con el tiempo, se convierte en dureza o indiferencia.
El varón tiende a resolver, a dar soluciones. No siempre escucha para comprender, sino para “arreglar”. Por eso muchas veces no capta lo profundo del otro, incluso de su esposa o hijos. No por maldad, sino por limitación.
Bojorge dice que el varón, cuando no es educado espiritualmente, puede volverse básico y rústico, con el riesgo de convertirse en un “animal de carga”: trabaja, come, duerme. Y pierde su alma por no cultivarla.

Charles de Foucauld martir, solo en el desierto, vivió pobre entre los pobres.
Su vida fue silencio, adoración y entrega.
Síntesis
Estas diferencias son las que nos hacen hombres o mujeres, y en estas realidades podemos encontrar la voz de Dios, es decir, lo que Él quiere para nosotros en nuestra vida. El solo hecho de ser varón o mujer ya nos está diciendo mucho: nos habla de un camino, de ciertas habilidades, de algunas debilidades, y también de nuestras fortalezas.
Cada vez vemos una clara ausencia del rol masculino, o donde este rol está suplantado, ridiculizado, o solo se muestran sus defectos. Todo eso debilita la figura del varón en la cultura actual.
También vivimos en una época donde se intenta pisotear la realidad de la mujer. Se ve, por ejemplo, cómo en muchos aspectos la mujer es pisoteada por la sociedad en lo económico, y se nos quiere hacer creer que estas diferencias implican superioridad o inferioridad.
¿Pero realmente esto es así? ¿O, por el contrario, estas diferencias son justamente las que nos hacen complementarios?
¿El hecho de que el hombre tenga ciertas características y la mujer tenga otras, no es lo que permite que, al juntar todas esas cualidades, podamos vivir la vocación a la que fuimos llamados por Dios?
Somos iguales en dignidad, pero diferentes en capacidades biológicas, en nuestras características psicológicas y también en lo espiritual.
Dios creó al ser humano como la síntesis de toda la creación, porque participa de todos los niveles del orden creado, tanto en lo material como en lo espiritual.
En lo material, el hombre tiene un nivel mineral, porque al morir, su cuerpo vuelve al polvo, como un mineral. También tiene un nivel vegetativo, ya que su organismo mantiene funciones como la presión arterial, la temperatura, la respiración y el ritmo cardíaco. A esto se suma un nivel animal, con sentidos, instintos, emociones, pasiones y temperamento.
Tambien tiene su racionalidad y espiritualidad. Aunque en cierto modo los animales tienen formas de inteligencia, no tienen razón en el sentido pleno: no se preguntan por sí mismos, no reflexionan ni buscan el sentido de su existencia.
El ser humano, en cambio, puede conocerse, conocerte y conocer a Dios. Y más aún: puede amarlo libremente. Esa capacidad es lo que lo hace único y lo eleva por encima de toda la creación visible e invisible, ya que con el bautismo pasamos a ser hijos de Dios.
El hombre no fue hecho solo para vivir entre las cosas, sino para elevarse hasta Dios, conocerlo, amarlo y vivir para Él.
Bibliografía
- Aristóteles. Ética a Nicómaco.
- Bojorge, Horacio. ¿Qué le pasó a nuestro amor? Buenos Aires: Editorial LUMEN, 2010.
- Catecismo de la Iglesia Católica. Ciudad del Vaticano: Libreria Editrice Vaticana, 1992.
- De La Espriella, César. Lazos de Amor Mariano. “Día 5: ¿Cómo es el hombre? Fortalezas – Debilidades.” Conócete en Dios. YouTube.
https://www.youtube.com/watch?v=[aquí-va-el-ID-del-video-si-lo-tenés]. - Infobae. “¿Qué hueso usó Dios para crear a Eva?” Publicado el 17 de julio de 2012. https://www.infobae.com/2012/07/17/1054599-que-hueso-uso-dios-crear-eva/.
- Juan Pablo II. Familiaris Consortio. Exhortación Apostólica. Ciudad del Vaticano, 1981.
- Ramírez, E. “Las heridas del pecado.” Comunidad Lazos de Amor Mariano – Conócete en Dios. YouTube. https://www.youtube.com/watch?v=[ID-del-video].
- San Agustín. Confesiones. Traducciones varias.
- Santo Tomás de Aquino. Suma Teológica. Parte I y II.
- Sagrada Escritura. La Biblia. Versión oficial de la Santa Sede. Ciudad del Vaticano: Libreria Editrice Vaticana.
[1] BOJORGE, Horacio (2010). ¿Qué le pasó a nuestro amor? Editorial LUMEN pp. 82
[2] BOJORGE, Horacio (2010). ¿Qué le pasó a nuestro amor? Editorial LUMEN pp. 82