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ToggleLa importancia de conocerse es fundamental en nuestra vida, porque batallamos contra varios frentes a la vez, y cada persona debe saber con qué armas cuenta y cuáles son los defectos que no le permiten batallar. ¿Cuáles son estos frentes? El mundo, el demonio y la carne. Si nos conociéramos, viviríamos mejor; incluso, si todos tuvieran un mejor conocimiento de sí mismos, los psicólogos casi no tendrían trabajo.
La carne podríamos decir que representa nuestros temperamentos, todos nuestros vicios y todo lo que tiene que ver con nosotros mismos. El demonio, con su influencia ordinaria y extraordinaria, también interviene en nuestra vida mediante tentaciones, trampas y artimañas que enfrentamos día a día. En este sentido, el demonio nos llama por nuestro pecado y Dios nos llama por nuestro nombre. Por último, el mundo: el contexto en el cual vivimos y la sociedad que nos influye profundamente.
No juzgar por la tapa
No nos conocemos, pero muchas veces tampoco conocemos a los demás, porque juzgamos por el pecado, como si las personas fueran únicamente sus defectos. Al igual que el demonio, que nos conoce por nuestras faltas, nosotros conocemos, catalogamos y etiquetamos a personas, comunidades, ciudades y países por sus errores. Este es un vicio que daña y nos daña: en primer lugar, la calumnia, los juicios temerarios y la difamación destruyen todo lo que tocan.
En segundo lugar, porque nuestra mirada y valoración son de muy bajo nivel, lo cual no nos deja crecer; tenemos una madurez afectiva pobre. Por eso, siempre es mejor conocer por las pocas virtudes que alguien tenga, antes que por los mil defectos que pueda presentar.
Un trabajo difícil
Santa Catalina de Siena, siendo doctora de la Iglesia, nos dice que el primer enemigo que tenemos somos nosotros mismos, porque duerme con nosotros, se levanta con nosotros y está en todo momento. Entonces, si no trabajamos nuestro mal carácter, nuestra pereza, nuestra concupiscencia, puede que, en los últimos tiempos de nuestra vida, nos recuerden la frase: “el infierno está lleno de buenas intenciones”. Por eso, las palabras de Dios en el Evangelio son fuertísimas: “El que quiere venir en pos de mí, que cargue su cruz y me siga” (Mateo 16,25). (A mi juicio personal, debe ser uno de los pasajes más fuertes.)
Al cielo no se entra por cómo empezamos nuestra vida, sino por cómo la terminamos. Podremos haber tenido muchos méritos, muchos aciertos espirituales y materiales, pero si no terminamos bien la carrera, no se compensa una cosa con la otra. En este sentido, debemos ser determinados y desconfiar un poco de nosotros mismos, de lo que aparentemente imaginamos, y pedirle a Dios, como dice el Salmo 19,12: “Señor, revélame lo que se me oculta”, eso que el pecado me nubla la vista.
Santa Teresa de Ávila decía que vale más una hora de conocimiento propio que una hora de oración. Escuchando esta frase, uno diría que es una herejía tremenda, pero lo que esconde es que el conocimiento propio es una ruta, una llave poderosa para ir a Dios, y que si invertimos tiempo en esto, invertimos tiempo en Dios. El conocimiento propio nos lleva automáticamente a la oración.
El lado positivo
Si uno se conoce, sabe cómo orar mejor, cómo refrenarse, cómo animarse, cómo pulir un defecto propio y cómo utilizar sus virtudes. En definitiva, es como conocer el vehículo y marchar. Muchas personas parten de sus estados de ánimo: un día actúan porque están felices, y otro día no hacen nada porque están tristes. Pero conocernos nos permite racionalizar un poco más las cosas, y eso se convierte en una ventaja para entendernos y encontrar soluciones a los problemas.
Así fue el caso de una misionera católica, que algunos días se sentía triste y no sabía por qué. Mediante un acompañamiento, se dio cuenta de que se sentía más desanimada cuando los días eran fríos y nublados, y más feliz cuando estaba soleado o hacía calor. Es un pequeño detalle, pero que marca la diferencia entre saber y no saber. Entonces, a partir de esto, cada vez que hay un día nublado, toma ciertas estrategias. Además, comprende que los estados de ánimo son fluctuantes y se modifican según el contexto, y que no se trata necesariamente de una depresión mayor o algo similar.
En fin, son muchas las cosas que incluye conocerse.
¿Señor, que debo cambiar?
Santa Teresa de Ávila, en un momento de su vida, fue una religiosa que no estaba pasando por su mejor etapa. Sin embargo, en su oración le pedía a Dios: “Señor, ¿qué debo cambiar?”. Luego de decírselo varias veces, el Señor le respondió: “Conócete en Mí”. Después de muchos años en el Carmelo, comenzó a trabajar en sí misma a través de Dios, y terminó siendo Santa de la Iglesia.
Este “Conócete en Mí”[1], que Jesús le dice a Santa Teresa, es muy profundo. Lo primero que podemos rescatar es que Dios es el camino, la imagen, el modelo a seguir. Si tratáramos de armar un rompecabezas, Jesús sería la imagen de la caja que usamos como guía. Y qué importante es tener una buena imagen para poder armar el puzle, ya que muchas veces nos comparamos con malos ejemplos, o decimos: “No robo como fulano”, o “No soy orgulloso como mengano”. Pero la idea es poner un verdadero ejemplo a seguir.
Conocerme en Dios es verme a la luz de Dios, porque mientras más me acerco a la luz que es Cristo, más podemos ver nuestras imperfecciones. Pero Dios es tan caballero, que ni siquiera nos muestra todas esas imperfecciones de una sola vez. Santa Catalina se lo pidió, pero Él le respondió que no, porque caería en desánimo.
No estamos solos
Conocer a Dios dentro de uno mismo es descubrir que todas las cosas buenas que alguna vez pudimos hacer no salen de nosotros, sino que es Dios mismo, la bondad misma, el sumo bien. Nosotros somos simples espectadores que elegimos entre una u otra opción. Jesús le dijo a Santa Catalina de Siena: “Debes conocerme a Mí en ti”. Santa Isabel de la Trinidad decía: “No estoy sola, estoy habitada”, y en este sentido, todas las personas están habitadas por Dios, pues somos templos del Espíritu Santo. La Sagrada Escritura, en la carta a los Gálatas 2, lo deja en evidencia: “Dios se dignó a revelar a su Hijo en mí” —o en ti, o en cada uno de nosotros—.
Sin duda, el camino del conocimiento propio es un camino para valientes. Y Dios ve con gran entusiasmo y amor nuestro esfuerzo diario por cambiar y ser mejores. A Santa Teresa le preguntaron: “¿Qué cambiarías en la Iglesia?”, y ella respondió: “A mí misma”. Todo cambio empieza por uno, y lo fundamental de ese cambio es saber qué cambiar.
Nos puede pasar como a San Pablo, que decía: “Hago el mal que no quiero y el bien que quiero no lo hago” (Romanos 7,19). Una buena guía para comenzar ese cambio sería dar una mirada a los pecados capitales: ira, soberbia, avaricia, lujuria, pereza, envidia y gula.
Obstáculos en el conocimiento propio
Hemos escuchado muchas propagandas sobre conocernos a nosotros mismos, que generalmente provienen de la nueva era o de algunas corrientes seudopsicológicas, entre otras. En un primer momento, puede resultar chocante ver que un libro sobre el conocimiento de uno mismo sea católico. Pero lo cierto es que esto es 100 % católico: todos los santos han trabajado en este aspecto, y como hemos mencionado, es muy importante en nuestro peregrinar hacia el cielo.
Dentro del texto, ya hemos hablado de varios obstáculos que dificultan este conocimiento propio, pero conviene enumerarlos y profundizar un poco más en ellos.
El primero obstáculo y el más común es: “así soy yo”
Si realizamos el test de temperamentos, observamos que cada temperamento tiene sus cualidades y defectos, pero esto no es una excusa para ponernos un límite. Dios nos llama a ser la mejor versión de nosotros mismos, a “ser perfectos como el Padre es perfecto” (Mateo 5,48). Pero si esto nos parece imposible, imaginemos vivir en un mundo donde cada persona se aferra a un pensamiento egoísta como ese: el ladrón roba y dice “así soy yo, no puedo cambiar”; el matón mata y dice “así soy yo, no puedo cambiar”; el corrupto roba y repite lo mismo.
Pero Dios no tiene límites y es capaz de cambiar corazones de piedra por unos nuevos de carne. Por eso, debemos alimentar la esperanza de que sí podemos cambiar, si Dios nos ayuda. En el trayecto, uno puede equivocarse mil veces, pero en la actitud y en la intención está la gran diferencia. Dios ama al pecador, pero no al pecado.
Dejamos un enlace para realizar el test de temperamentos y conocer la amplia gama de virtudes y defectos, junto con algunos ejemplos y consejos prácticos para batallar contra ellos: TEST
El segundo obstáculo es la presunción
La presunción nos da una ceguera espiritual, que nos hace creer en una realidad que no es. El mejor ejemplo es el ángel caído, Luzbel, la luz bella del cielo, un ángel que Dios había creado con grandes dones. Pero al mirarse a sí mismo, se enamoró; fijó su mirada en él mismo, contemplando su belleza. Esta fijación en sí lo llevó a querer ponerse por encima de Dios, todo porque no reconoció realmente quién era: una criatura más de Dios, dotada de dones hermosos, pero que provenían de Dios mismo, y cuya sustancia seguía siendo criatura, no Dios.
Para evitar esto, debemos reconocernos hijos de Dios, creados por Él con amor, y que necesitamos continuamente de Él. Este es el antídoto a la soberbia: tener una visión correcta de la realidad, ni más, ni menos. La humildad es igual a la verdad, y esta virtud, hermosa y una de las más importantes de todas, nos quita los velos y nos sitúa.
Un caso real es el de una persona muy sanguínea, que todos los días presume diciendo que “se va a salvar”, que “no va a pasar por el purgatorio”, y que cuando muera, “el flaco me va a ver y me va a señalar y decir: vos pasás por acá” (señalando que va directo al cielo). Si bien seguramente lo dice en broma, a veces pensamos que somos mejores de lo que realmente somos, o que tenemos muchas virtudes por ayudar una vez al mes, o por tener una actitud humilde en una ocasión. Pero eso no necesariamente significa que la virtud esté enraizada en nosotros.
Las virtudes son mucho más que un simple acto repetido una vez; se viven constantemente, como una naturaleza propia del sujeto, que las ejerce de forma natural y sin esfuerzo.
Otros casos comunes son los de personas que, por ir a misa una sola vez, ya se consideran devotas, o aquellos que se dicen “católicos” pero directamente no asisten a misa. Esto es muy frecuente, y muchas veces la gente tiene una percepción de sí misma muy distinta de lo que realmente vive.
Una frase muy fuerte que circula por las redes lo resume bien: «Las peores confusiones en nuestra cabeza son las cosas que decimos y no hacemos, y las cosas que pensamos y no decimos».
«las peores confusiones en nuestra cabeza son las cosas que decimos y no hacemos y las cosas que pensamos y no decimos»
San Francisco de Sales fue lapidario al respecto: “El que es aficionado al ayuno se tendrá por muy devoto si puede ayunar, aunque su corazón este lleno de rencor y <mientras no se atreverá, por soberbia, a mojar su lengua en el vino y ni siquiera en el agua>, no vacilará en sumergirla en la sangre del prójimo por la maledicencia y la calumnia. Otro creerá que es devoto porque reza una gran cantidad de oraciones todos los días, aunque después se desate su lengua en palabras insolentes, arrogantes e injuriosas contra sus familiares y vecinos. Otros sacará con gran presteza la limosna de su bolsa para darla a los pobres, pero no sabrá sacar dulzura de su corazón para perdonar a sus enemigos. Otro perdonará a sus enemigos, pero no pagará sus deudas, si no le obliga a ello, a viva fuerza, la justicia. Todos estos son tenidos vulgarmente por devotos y, no obstante, no lo son en manera alguna.» [2]
Y continúa «Busca un hombre que te guíe y acompañe. Esta es la advertencia de las advertencias. <Por más que busques -dice el devoto Juan de Ávila>, jamás encontrarás tan seguramente la voluntad de Dios como por el camino de esta humilde obediencia, tan recomendada y practicada por todos los antiguos devotos»[1]
Esto no debe desmotivarnos ni hacernos perder la fe por nuestras faltas, ya que la Iglesia, más que un museo de santos, es un hospital de pecadores. Sin embargo, sí debemos guardar estas palabras de San Francisco de Sales para tener una vida acorde, situada, con los pies en la tierra, verdadera y coherente. Es un trabajo de toda la vida, pero contamos con nada más y nada menos que Dios.
En este sentido, hay una anécdota de Monseñor Wilfredo Peña, que relata:
«A los que me dicen: “Padre, yo ya no soy católico porque el cura de mi parroquia pecó”, yo les respondo: “Pero, hijo, tú no tenías una fe cristiana, sino una fe curera. ¿Cómo es posible que pongamos nuestra fe en los hombres? En el único hombre en quien se puede poner la fe es en aquel que murió en la cruz por ti y por mí, y se llama Jesucristo, nuestro Señor y Salvador.”»
Tercer obstáculo es el ruido del mundo
Como mencionamos anteriormente, el mundo nos absorbe de una manera nunca antes vista: la tecnología ha avanzado enormemente, y los problemas sociales, profesionales y económicos nos saturan la mente. Pero hay otro detalle que no hemos mencionado: el activismo que muchas veces vivimos —en nuestra parroquia, en las comunidades, en nuestra vida como laicos—, y que hace que no nos detengamos a pensar las cosas.
Aunque se trate de algo bueno y de Dios, debemos preguntarnos: ¿Es esto lo que realmente me pide Dios? Por eso, San Juan XXIII les decía a los jóvenes: “Jóvenes del mundo, piensen”, y ahí terminaba la frase. Esa era su exhortación: pensar, discernir todo.
El demonio muchas veces se disfraza de ángel de luz, y nos pone delante muchos apostolados, muchas cosas buenas que, aunque lo parezcan, no son necesariamente la voluntad de Dios. Dios puede querer otras cosas buenas, distintas de las que nosotros elegimos.
«Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada.” (Lucas 10,38-42)
Un ejemplo muy sencillo es pensar cuál es el mayor mal que le podemos hacer a un programa de televisión. El peor mal no es criticarlo, porque, de una manera u otra, eso demuestra que seguimos enganchados. El mayor mal es dejar de verlo. En este sentido, lo mejor que podemos hacer es dejar de dejarnos absorber; lo peor que podemos hacer es permitir que nos absorban.
El demonio lo sabe, y su estrategia es desviarnos, cansarnos, distraernos, ponernos delante cosas menos importantes.
El remedio es cultivar un espíritu de recogimiento, formando estrategias como apagar el celular, tomar un momento del día exclusivamente para la oración y el silencio, no hacer las oraciones apurados mientras hacemos otras cosas, y otras prácticas que, directamente, es Dios quien suscita en nuestra alma.
Una misionera de la comunidad de Lazos de Amor Mariano dice: “Con la virtud del orden se vive, sin ella se sobrevive.”
En este sentido, el católico está llamado también a ser una persona meditabunda, de introspección, de profundidad, de contemplar a Dios. Sin embargo, este aspecto no se ve tanto, y es sumamente importante.
1: Donde encontramos a Dios
En primer lugar, porque en el silencio es donde nos encontramos con Dios, y así lo confirma Santa Teresa de Calcuta con esta frase: «Es en el silencio del corazón donde Dios nos habla.» Existen innumerables escritos que respaldan esta verdad; el silencio es una condición indispensable para la vida espiritual.
Otra frase muy valiosa de Santa Teresa de Calcuta es: «Sin silencio no hay oración; sin oración no hay fe; sin fe no hay amor; sin amor no hay servicio.»
Y como dice el Salmo 37,7: «Guarda silencio ante el Señor, y espera en Él con paciencia; no te irrites ante el éxito de otros, de los que maquinan planes malvados.»
2: Nos hace bien
En segundo lugar, porque nos hace bien. Me animo a especular que, si todos los católicos del mundo oraran bien —con meditación, con silencio, pausadamente, con tiempo, con sacramentos—, la gran mayoría no necesitaría psicólogos.
Existen terapias enteras que se dedican a esto, como las hoy ultra populares llamadas mindfulness, que consisten en la relajación, la concentración y en “vivir el momento presente”, aunque muchas veces mezclan elementos de la nueva era y otras corrientes.
¡Escritos católicos sobre esto hay por montones y en todos lados! Incluso lo vemos en la Sagrada Escritura, con enseñanzas muy claras de Jesús sobre este tema.
Algunas citas bíblicas relacionadas: Salmo 55,22, Eclesiastés 3,1, el libro de Job, Mateo 6,25-35, Filipenses 4,6-7. Pero, a mi gusto, el Evangelio clave sobre este tema es el siguiente:
«En aquel tiempo, entró Jesús en un pueblo; y una mujer, llamada Marta, le recibió en su casa. Tenía ella una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra, mientras Marta estaba atareada en muchos quehaceres. Acercándose, pues, dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me ayude». Le respondió el Señor: «Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada».» Lucas 10, 38-42
Y no es que Jesús dejó la enseñanza y se fue, no es así. Nos dejó los templos, nos dejó los sagrarios y las imágenes, nos dejó el rosario, las oraciones y un montón de material espiritual para que lo trabajemos y lo vivamos.
¿Te gustaría seguir conociéndote?
Te dejo algunos links en un orden, de mucho provecho espiritual para el conocimiento propio:




Bibliografía
- Catecismo de la Iglesia Católica. 1992. Catecismo de la Iglesia Católica. Disponible en: https://www.vatican.va, especialmente el párrafo 362.
- La Biblia. Versión oficial de la Santa Sede. Disponible en: https://www.vatican.va.
- Lazos de Amor Mariano. 2000. Totus Tuus.
- Lazos de Amor Mariano. “Taller Conócete en Dios” [lista de reproducción]. YouTube. https://www.youtube.com/watch?v=8M6cQBavEtY&list=PL1CZ1WvdVD3uhQGbp88Ds6kQXPgsN7Gsb
- Montfort, San Luis. 2017. Libro de oro de la espiritualidad montfortiana.
- Royo Marín, Antonio. 2012. Teología de la perfección cristiana.
- Sales, San Francisco de. 2021. Filotea. Introducción a la vida devota. Editorial Isabel de Castilla, p. 6.
- Sales, San Francisco de. 2021. Filotea. Introducción a la vida devota. Editorial Isabel de Castilla, p. 12.
- Siena, Santa Catalina de. El diálogo del Padre Dios. Editorial Fundación Jesús de la Misericordia.
- Tamayo, W. 2011. “Conocimiento de sí mismo, lección #13.” YouTube, 16 de noviembre. https://www.youtube.com/watch?v=oG05wx5CF9k
