La adicción
Una adicción es una dependencia física o psicológica hacia un comportamiento, una sustancia o actividad. El mundo de las adicciones es más grande de lo que creemos, no solo se centra en una droga, sino que al día de hoy podemos observar como el espectro adictivo ha aumentado considerablemente, entre ellas la adicción digital, adicción al juego, adicción hacia la pornografía y la masturbación, adicción al sexo, adicción al trabajo, adicción a las pantallas, las compras compulsivas, limpieza compulsiva, adicción a la comida o incluso hasta el ejercicio excesivo.
En líneas generales, la adicción comienza en un proceso de ‘círculo vicioso’ donde la persona experimenta estrés intenso, ansiedad, o emociones negativas, entre otras, y como consecuencia, una persona recurre a la adicción para poder enfrentar o equilibrar la angustia.
La adicción proporciona un alivio temporal y una sensación de recompensa, lo que lleva a la persona, luego de consolidada la conducta, a utilizarla de manera repetitiva como patrón de dependencia.
En otros casos, la adicción es un hábito consolidado sin que una persona experimente emociones negativas, ansiedad o estrés, y en estos casos, el papel social, la familia, y la educación juega un rol muy importante. También se encuentran las adicciones que son desencadenadas por un problema espiritual o un problema biológico.
Al cabo del tiempo, las personas comienzan a experimentar tolerancia hacia la adicción, lo que significa que la persona necesitará más cantidad de sustancia para experimentar el mismo nivel de satisfacción que antes.
En términos cristianos la adicción es un vicio adquirido. El catecismo de la Iglesia Católica dice que el acto repetido malo es un vicio, [1] mientras que un acto repetido bueno es una virtud.[2] Por ejemplo, si una persona tiene adicción al alcohol, pertenece a la familia de vicios de la gula. Así, cada pecado capital (la soberbia, la avaricia, la envidia, la ira, la lujuria, la gula, la pereza) puede generar una adicción, pero especialmente los que engendran la carne (lujuria, gula y pereza)
Con esta definición es razonable pensar que la práctica de las virtudes es la lucha directa contra una adicción.
La devoción que va contra las adicciones es el Santo Rosario, en la promesa número 3, María Santísima dice: «El Rosario será un Arma extremadamente poderosa contra el Infierno: destruye los vicios, libre de los pecado, disipa las herejías»[3]
No solo destruye los vicios, por intercesión de María, sino que en la promesa número cuatro concede la virtud (el acto contrario al vicio) «A su vez se otorgará la virtud y las buenas obras abundarán, se otorgará la piedad de Dios para las almas, rescatará a los corazones de la gente de su amor terrenal y vanidades, y los elevará en su deseo por las cosas eternas. Las mismas almas se santificarán por este medio.»[4]
Lógicamente, el rezo del Santo Rosario no es una cosa mágica, es un arma poderosa que comienza a transformar la vida y que también conlleva un proceso de transformación. Como oración, el Santo Rosario tiene más efecto, cuanto más fe tenga la persona que lo reza, por eso, también es importante acompañarlo con una devoción Mariana. «Pero que pida con fe, sin vacilar, porque el que vacila se parece a las olas del mar levantadas y agitadas por el viento» Santiago 1, 6
«Tan necesario como es el pan para el cuerpo, así lo es el Santo Rosario para la salud del alma» San Juan Bosco
Según el libro «El secreto admirable del Santísimo Rosario» esta devoción encierra dos realidades que es la oración mental y la oración vocal, la oración mental es la meditación de los misterios y la vocal en la recitación de Ave Marías precedidas de un Padrenuestro por cada misterio. Según San Alfonso María de Ligorio, dijo la Virgen a la beata Eulalia, que le agradaba más una parte rezada con pausa y devoción, que los quince misterios con precipitación y sin fervor.[5] Por eso es muy bueno rezarlo de rodillas y ante una imagen.
El señor Pérez[1]
Tenía Santo Domingo un primo llamado el Señor Pérez o Don Pedro, que llevaba una vida muy disoluta. Oyó este que el Santo predicaba las maravillas del Rosario, y que muchos se convertían y cambiaban de vida por este medio, y se dijo: «Había perdido la esperanza de salvarme. Pero empiezo a recobrar la confianza. ¡Es preciso que acuda a escuchar a este hombre de Dios!» Asistió, pues, un día al sermón del Santo. Quien, al verlo, redobló su ardor en atacar los vicios, y rogó a Dios fervorosamente que abriese los ojos de su primo y le hiciera conocer el estado miserable de su alma.
El Señor Pérez se asustó, desde luego, pero no se decidió a convertirse. Volvió, sin embargo, a la predicación del Santo. Cuando este lo vio, comprendiendo que este corazón endurecido no se convertía, sino ante un golpe extraordinario, gritó en alta voz: «Señor Jesucristo, ¡haz ver a todo este auditorio el estado en que se halla la persona que acaba de entrar en tu templo!»
Toda la concurrencia vio entonces a Don Pedro rodeado de una multitud de demonios en figuras de bestias espantosas, que lo tenían atado con cadenas de hierro. Llenos de espanto, huyeron todos desordenadamente, con inmensa confusión de Don Pedro, aterrado y avergonzado al verse convertido en objeto de horror para todo el mundo. Santo Domingo hizo que se detuvieran y dijo a Don Pedro: «¡Reconoce, infeliz, el deplorable estado en que te encuentras y arrójate a los pies de la Santísima Virgen! ¡Toma este rosario! ¡Rézalo con devoción y arrepentimiento de tus pecados, y resuélvete a cambiar de vida!»
Don pedro se puso de rodillas, rezó el Rosario y se sintió impulsado a confesarse. Lo que hizo con gran contrición. El Santo le ordenó rezar todos los días el Rosario. Prometió él hacerlo y se inscribió en la Cofradía. Su rostro, que había asustado a todos, parecía tan brillante como el de un Ángel, cuando salió de la Iglesia. Perseveró en la devoción del Rosario, llevó una vida ordenada y murió dichosamente.[8]
«El Rosario es de todas las oraciones la más bella, la más rica en gracias y la que más complace a la Santísima Virgen» San Pío X
María Santísima es la omnipotencia suplicante, refugio seguro de los pecadores, pues «un solo suspiro que Ella presente a la Santísima Trinidad vale más que todas las oraciones, votos y deseos de todos los santos.»[9] Hay que rezar el rosario continuamente, por lo menos una vez al día, se debe hacer de una manera pausada intentando evitar las distracciones. Las posiciones también disponen al alma, ya sea de rodillas o tirado en un sillón.
El rosario transforma a un monasterio[10]
Un noble caballero tenía muchos hijos. Había colocado a una de sus hijas en un monasterio totalmente relajado: las Religiosas solo respiraban vanidad y frivolidad. El confesor, hombre fervoroso y devoto del Santo Rosario, deseando dirigir a esta joven religiosa por los senderos de la santidad, le ordenó rezar todos los días el rosario en honor de la Santísima Virgen, mediante la vida, pasión y gloria de Jesucristo. Le agradó mucho a ella esta devoción, y poco a poco fue detestando la relajación de sus hermanas. Empezó a gustar del silencio y la oración, no obstante el desprecio y burlas de las religiosas que interpretaban su fervor como santurronería.
En aquellos días, un santo abad llegó de visita al monasterio y, mientras oraba, tuvo una extraña visión. Le parecía ver a una religiosa que oraba en su celda ante una Señora de extraordinaria belleza y a quien acompañaban numerosos ángeles. Estos con flechas encendidas alejaban la multitud de demonios que intentaban entrar en la celda. Los espíritus malignos corrían, en forma de animales inmundos, a refugiarse en las celdas de las otras religiosas, excitándolas al pecado, en el cual caían muchas de ellas.
Comprendió el abad por esta visión el mal espíritu de aquel monasterio y creyó morir de tristeza. Llamo a la joven religiosa y le exhorto a perseverar. Reflexionando luego sobre la excelencia del Rosario, decidió reformar el monasterio con esta devoción. Adquirió para ella hermosos rosarios, los distribuyó entre las religiosas, les aconsejo que recitaran el Rosario todos los días, y prometió que, si aceptan su consejo, no las obligaría a aceptar la reforma.
Recibieron complacidas los rosarios y prometieron con aquella condición y, ¡cosa admirable!, poco a poco dejaron las vanidades, se dedicaron al silencio y al recogimiento, y en menos de un año pidieron ellas mismas la reforma. El rosario había obrado en sus corazones más de cuanto hubiera podido el abad con sus exhortaciones y autoridad.
Conclusión
El Santo Rosario ha concedido innumerables milagros alrededor de todo el mundo, es una oración que se debe hacer constante y con fe. Si bien hay muchos recursos en psicología para el tratamiento de las adicciones, como por ejemplo las internaciones, el uso de fármacos y terapias de grupo, son muy pocos los psicólogos que recomiendan la práctica del Santo Rosario, que no remplaza otros tratamientos, pero que es de gran ayuda para romper las cadenas de la adicción.
[1] Catecismo de la Iglesia Católica numeral 1865
[2] Catecismo de la Iglesia Católica numeral 1866
[3] De Dignitate Psalterii (De la dignidad del Salterio de María) Beato dominico Alano de la Rupe
[4] De Dignitate Psalterii (De la dignidad del Salterio de María) Beato dominico Alano de la Rupe
[5] Las Glorias de María. San Alfonso María de Ligorio, segunda parte, Obsequio 3°
[6] De Dignitate Psalterii (De la dignidad del Salterio de María) Beato dominico Alano de la Rupe c. 53.
[7] De Dignitate Psalterii (De la dignidad del Salterio de María) Beato dominico Alano de la Rupe c. 53.
[8] Ros. Myst. 7ª. Ed., cap. 1.
[9] De Dignitate Psalterii (De la dignidad del Salterio de María) Beato dominico Alano de la Rupe 2,17
[10] De Dignitate Psalterii (De la dignidad del Salterio de María) Beato dominico Alano de la Rupe 4,65