Si un compañero te preguntara ¿Quién eres tú? ¿Qué responderías? Generalmente, uno responde: como se llama, con quién vive, que hace durante el día y aspectos generales. Decimos tres o cuatro cositas y llegamos hasta ahí, pero ¿tenemos alguna idea a fondo sobre quién soy yo?
Muchas veces tenemos grandes conocimientos del mundo, como es la matemática, la física, el gimnasio, las canciones de un cantante, cuáles son las mejores comidas, pero muy poco de nosotros mismos. Hemos conquistado nuestro espacio exterior y no nuestro espacio interior. El conocimiento de sí mismo es fundamental para la vida misma, es fundamental para la santidad.
[1] Un ejemplo muy lindo del libro Totustuus, es que de casi todas las cosas conocemos el origen, la naturaleza, la misión y su fin, es decir, ¿de dónde proviene un objeto?, ¿qué es ese objeto?, ¿para qué sirve ese objeto?, y ¿dónde termina?
Una guitarra probablemente venga de una fábrica que se dedica a construir guitarras, la naturaleza será de madera que viene de algún árbol, su fin será producir música y seguramente termine quemada, o reciclada cuando ya no sirva por el deterioro. Un gran ejemplo que hace el misionero Wilson Tamayo de la comunidad Lazos de Amor Mariano es que si usamos una guitarra para fijar clavos en la pared, probablemente rompamos la guitarra, el clavo no quede fijado y todo sería un desastre.
Cuando se usa algo para un fin distinto por el cual fue creado[2], se termina dañando. Hoy podemos decir que vivimos en una sociedad dañada en este sentido, en que no tenemos claro el origen, la naturaleza, la misión y el fin de nuestra vida, y esto es fundamental para hablar de Psicología.
El conocimiento de uno mismo es importante para la vida, incluso, si todos nos conociéramos, el psicólogo tendría muy poco trabajo. Los santos se conocían a sí mismos, como por ejemplo San Francesco de Sales, que tenía un temperamento colérico y se airaba[3] en varias ocasiones. A través de este discernimiento propio fue dominando el carácter y término, siendo el santo de la amabilidad, sus viejos compañeros al volver a verlo luego de un tiempo no lo reconocieron por tan amable que era.
El camino que nos conduce a Dios, también hace que nos conozcamos a nosotros mismos, a medida que cada persona camina hacia Dios, que es la luz, más encontramos imperfecciones en nuestra vida y más nos conocemos a nosotros mismos. De esta manera vamos quitando imperfecciones que la luz alumbra y vamos mejorando en la virtud. De este modo, la Iglesia no es tanto un “museo de santos”, sino más bien un “hospital de pecadores.”
Estas virtudes o vicios que tenemos, con el tiempo, se van arraigando en nuestra vida y generalmente aumentan: Si uno de joven siempre fue perezoso, probablemente de grande también vaya empeorando. Si uno de joven es generoso, posiblemente en la vejez, será aún más generoso con los demás que cuando era joven. Pues a continuación responderemos a las preguntas que nos hacemos sobre nuestra vida.
¿De dónde vengo?
La primera, ¿De dónde vengo? No somos productos de la casualidad, no somos un “sin querer queriendo” del universo, somos la creación de un ser que está por encima de todo, que tiene la capacidad de dotar las cosas con vida y que principalmente, como todo creador, nos ama.
La evidencia científica, en la biología, en la filosofía y en un sinfín de especialidades, deja más que claro el rastro de Dios. Podríamos hablar de tantos argumentos que hasta el más ateo quedaría pensando. Pero no es el cometido por ahora. Lo fundamental es saber que vengo de Dios, y más que criaturas de Dios, fuimos dotados como hijos amados de Dios.
Nótese como los ángeles de Dios son criaturas, pero los seres humanos somos más bien hijos de Dios. En este sentido, Dios nos ensalza por encima de los ángeles en dignidad. Incluso el propio hecho de venir al mundo, nacer de una criatura como es María, haber muerto por nosotros, quedarse en la Eucaristía y comulgarlo nos da una dignidad altísima. Y sobre María, imagínense, si la tierra que piso Dios es Santa, ¿como será el seno que lo formó? Pero volviendo al tema, muchas veces escuchamos que Dios nos da la dignidad por sus méritos, cada uno de nosotros valemos mucho, aunque tengamos muchas heridas, muchos problemas, muchos pecados, somos como el oro, que aunque lo tiremos al barro, lo pisemos y lo escupamos, solo necesita limpiarse y sigue siendo oro.
¿Qué somos?
La segunda, ¿Qué somos? Somos una unidad sustancial de cuerpo y alma en la visión dicotómica o la tricotómica es cuerpo, alma y espíritu. (Bío, Psico, Espiritual) [4] Saber que somos, entender nuestra antropología y fisionomía es tan fundamental, que muchas veces vemos que hay corrientes en Psicología que dejan los procesos a medio hacer, o directamente no solucionan nada, por no tener esta adecuada visión, como dice Víctor Frankl en sus libros. Por es la importancia de una Psicología con una mirada Católica
En lo que técnicamente todas las corrientes sucumben es que no tienen en cuenta la dimensión espiritual del ser humano. Pero no solo caen en este problema que es como amputar una parte de nuestra vida, sino también en las visiones erradas o preponderando ciertas cualidades y no otras. Lo podríamos comparar con un doctor, que en el día de mañana deja de darle importancia al corazón como órgano vital. Pues el resultado será que mucha gente se muere y no van a entender por qué. Queremos resaltar la importancia de una buena Psicología para una buena salud mental.
¿Cuál es nuestro cometido?
Tercero, ¿Cuál es nuestro cometido? Fines en el mundo hay por millares, pero la vida es mucho más hermosa cuando tenemos un fin, un objetivo, una misión, algo que terminar o cumplir antes de pasar de esta vida a la otra. Estos fines podríamos clasificarlos en terrenales y trascendentales. Los fines terrenales son todos aquellos que se quedan en este mundo, como el dinero, el poder, el placer, la empresa, etcétera. Son terrenales porque no trascienden, se quedan en lo mundano, también son los más populares, porque aparentan mucho y parece que son los que más felicidad dan. Sin embargo, siendo sinceros y objetivos, parece que incluso teniendo fama, dinero y poder, la tristeza invade, la auto eliminación está por doquier, y así sucesivamente.
Hablando de fines terrenales, es curioso observar como los faraones eran enterrados con oro y algunos esclavos, para comenzar la otra vida con la riqueza y los esclavos. Ellos querían trascender con todo lo que tenían, pero como dice el evangelio: “No os amontonéis tesoros en la tierra, donde hay polilla y herrumbre que corroen, y ladrones que socavan y roban. Amontonaos más bien tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que corroan, ni ladrones que socaven y roben.» Mateo 6 19, 20.
También tenemos los fines trascendentales, que son los que nos dan más autosatisfacción, plenitud y felicidad. Estos son los que se unen a la voluntad de Dios y son conocer, amar y servir a Dios. Incluso en los fines trascendentales puede incluirse tener grandes riquezas que Dios nos da, pero con el fin no de amontonar, sino de ayudar a los demás. El dinero, la fama o el poder no son malos en sí mismas, sino en la relación que tengamos con estas cosas. (Mateo 15, 18-18).
Uno puede observar la vida de los Santos como Monseñor Jacinto Vera, que siguiendo la voluntad de Dios llevó una vida incansable por las almas, con una determinación y tenacidad pocas veces vistas y al parecer esto lo hacía muy feliz:
“hay que contemplarlo en el campo de las fatigas apostólicas, para quedar atónitos y arrebatados de indecible admiración. Está con nosotros y desde el primer encuentro, se reveló como hombre de suma humildad, de una amabilidad totalmente paternal, de una franqueza y simplicidad que cautiva los corazones; en el trabajo de un apóstol, un celosísimo apóstol, en el verdadero y más grande sentido de la palabra” “Su apostolado no lo ejerce en salones cubiertos de tapices bordados de oro, ni desde un escritorio, hundido en un suave sillón con posa brazos, sino en la cabecera de los moribundos, en el tugurio maloliente del mendigo que visita y socorre en persona”[5] Corría el rumor que este santo obispo confesaba mas que toda la curia junta de su ciudad y esto lo hacía feliz.
No es necesario ser todos sacerdotes o monjas para ser felices, pero si es importante entender el fin particular que Dios nos dió a cada uno, ya sea la familia, el sacerdocio, la vida religiosa o tener una empresa y tener empleados, generando así puestos de trabajo y sustento para otras familias, o teniendo una especialidad o lo que sea, pero unido siempre a la voluntad de Dios, que esto nos asegura la realización plena. En otras palabras, esto es ser santo, y como dice el Papa Francisco y también San José María Escrivá de Balaguer ser santos, aunque sea de clase media, aunque no seamos un doctor de la Iglesia o un san Francisco de Asís, sino santa ama de casa, san chofer, san ingeniero. Es un llamado universal (para todos)
Para saber el llamado que Dios nos tiene preparado, es básico y fundamental el conocimiento de uno mismo, más la vida de oración con los sacramentos como la misa y la confesión o sacramentales como el Santo Rosario. Las visitas al sagrario y estar tiempo allí meditando nos ayuda a guiarnos en todos nuestros pasos.
Es bueno tener muy en cuenta que nuestra realización y felicidad plena está pegado a la voluntad de Dios, por eso, si no somos felices, es porque no estamos por los caminos que Dios hubiera querido. Muchas veces se observa como hay muchas vocaciones al sacerdocio o una vida de religiosa, pero temiendo al llamado, pensando adelantadamente que no será lo mejor, se cambia de vocación, como si fuera algo que es elegible y no tanto como un sello que Dios colocó en nuestra alma. Por supuesto que se puede elegir, siempre somos libres, pero la verdadera realización la encontraremos por el camino ya pensado por Dios. Obviamente si nos desviamos, sería como el GPS, que nos vuelve a indicar una ruta nueva para llegar a ese mismo fin.
¿Cuál es nuestro fin?
Cuarto y último ¿Cuál es nuestro fin? Es tremendo pensar que es lo que pasa después de la muerte, ya sea para un ateo o también un creyente. Primero en el hecho que la muerte es lo más seguro que nos pueda pasar. No sabemos que vamos a comer mañana, pero lo que si tenemos seguro es la muerte. Segundo, en el hecho de que nosotros, con todas las facultades que tenemos como seres humanos, podemos construir un juego de comedor, con un curso de carpintería, y ese juego de comedor puede durar más que nosotros que lo creamos.
Porque un juego de comedor puede pasar de generación en generación y nosotros a las 80 o 90 años perdemos nuestra vida. Sin embargo ¿Qué pasa después? ¿Queda todo negro y con silencio? Nosotros, los creyentes, creemos que estamos dotados con un alma inmortal, es decir, que no muere, que vive para siempre. Que nuestro fin es el cielo. De Dios venimos y a Dios volvemos. Para lograr esto, un consejo que nos da Rodrigo Jaramillo fundador de la comunidad Lazos de Amor Mariano es “vivir todo en clave de eternidad” Es decir, cada acto que uno realiza, cada día que vivimos, cada momento, uno puede sobrenaturalizarlo y pensar, ¿Cómo esto me puede acercar al cielo?
San Luis María Grignion de Montfort trabajaba en una funeraria[6], esto le ayudó mucho a meditar en los fines últimos del hombre, que es lo más seguro que nos tocará vivir. En este sentido tenemos el compromiso de prepararnos para ese momento, que debemos amontonar tesoros en el cielo. También nos recuerda que “del polvo vienes y al polvo volverás” Nos hace humildes porque no podemos darnos vida propia, sino que un día la vida se termina. Pero de igual forma nos da esperanza de que estemos en un lugar donde no habrá miseria, hambre, guerras y sufrimiento.
Antonio Royo Marín en su libro dice:
“Preguntadle a ese obrero que se dirige a su trabajo:
– ¿A dónde vas?
– Os dirá: ¿Yo?, a trabajar.
– ¿Y para qué quieres trabajar?
–Pues para ganar un jornal.
–Y el jornal, ¿para qué lo quieres?
–Pues para comer.
– ¿Y para qué quieres comer?
–Pues…, ¡para vivir!
– ¿Y para qué quieres vivir?.”[7]
De algo que hacemos religiosamente y obligados como es el trabajo, muchas veces no lo proyectamos o pensamos que trasfondo u objetivos le ponemos.
A lo largo de toda la historia de la humanidad, en las diversas culturas, religiones, y civilizaciones, hemos podido observar que el hombre tiene un deseo inscrito en su naturaleza y es el deseo de trascendencia y es bueno para el hombre tenerlo en cuenta y vivir para ese momento, porque el que tiene razones para morir, tiene razones para vivir. Los santos pensaban mucho en esto, por ejemplo San Pío de Pieltrecina que decía “Oh muerte, yo no sé quién puede temerte, ya que por ti, la vida se abre para nosotros.”
Pero muchas veces en nuestra vida tenemos una aversión a esto como explica San Alfonso María de Ligorio, y tiene una explicación, ya que el hombre y la mujer afrontan al pensar en el fin tres cosas: [8]
Frente a lo pasado, la conciencia nos recuerda los pecados, las culpas, las omisiones y nos gustaría tener la fuerza y el tiempo para poder cambiar esas realidades. Frente al presente también tenemos temor a dejar nuestras familias, nuestros seres amados y las cosas que poseemos a las que les tengamos afecto. Por último, frente a lo futuro, una gran incertidumbre de lo que vendrá, incluso al pensar que existe un juicio ante Dios.
Sería bueno para la muerte, vivir reconciliados con nuestro pasado, aceptar lo que no se pudo emprender, reparar lo que se pueda reparar y pedir perdón por lo que hicimos mal, al prójimo y a Dios. Frente al presente, vivir desapegados a las cosas materiales, poner incluso por encima a Dios que a la familia (Mateo 19, 29). La incertidumbre la tendremos, pero la conciencia tranquila nos dará una buena muerte. “No hay mejor almohada que una conciencia tranquila.” [9]
De cada tema se puede explayar mucho, pero es un pequeño repaso de las preguntas más trascendentales que se hace el hombre, y como solo a través de la fe se responden. Parte de conocerse es también conocer estas realidades a profundidad.
A continuación de esta nota, recomendamos la siguiente entrada -¿qué es el ser humano?- para seguir complementando la Antropología del hombre:
¿Qué es el ser humano?
[1] Lazos de Amor Mariano (2000) Totustuus. P.p 147
[2] La expresión “usar algo para un fin distinto” no significa que hablemos de un determinismo, en el que el ser humano está determinado y que su vida se encuentra determinada por una cadena de causa-consecuencia y que el estado actual determina el futuro, lógica en la que se expresa Karl Marx. Si pensamos así, quiere decir que cualquier acto que hagamos no es libre y sería algo necesariamente preestablecido. La libertad la tenemos siempre, Dios nos da libertad, e incluso Dios participa activamente en los estados actuales. El famoso “libre albedrío” en el que todos estamos dotados, lo tenemos, y somos libres de tomar decisiones a partir de esta libertad dada.
[3] Airarse. Enfurecer, enojar, encolerizar, enfadar, exasperar, irritar, violentar, cabrear, agitar, alterar.
[4] El relato bíblico expresa esta realidad con un lenguaje simbólico cuando afirma que “Dios formó al hombre con polvo del suelo e insufló en sus narices aliento de vida y resultó el hombre un ser viviente” (Gén 2,7).» (Catecismo, 362). La visión tricotómica de hombre refiere a que estamos dotados de cuerpo, alma y espíritu, lo que refiere al “alma” sería también propiamente la psique, lo subjetivo, el “Yo” y suma lo que propiamente conocemos por alma. (En griego alma: soma, psique y pneuma) El espíritu comparte lo sobrenatural del alma y es alimentado por la Gracia. Otra cita bíblica que se ve reflejada esta realidad es la Carta de San Pablo a los Romanos 8,8-17. Aunque en definitiva es muy difícil hacer separaciónes porque somos una unidad.
[5] González, Gabriel (2002) Libre sin licencia y súbdito sin servidumbre. Monseñor Jacinto Vera: Hechos y Palabras P.p 88
[6] Montfort, San Luis (2017) Libro de Oro de la Espiritualidad Montfortiana
[7] ROYO, Antonio. El misterio del más allá. Conferencias Cuaresmales pronunciadas por el autor en la Real Basílica de Atocha, de Madrid. P.p 1.
[8] Ligorio, San Alfonso (2012) Las Glorias de María
[9] Frase célebre de Sócrates
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