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ToggleEl colérico siente y se entusiasma por lo grande; no busca lo ordinario, sino que aspira a lo grandioso y sobresaliente: “navega mar adentro”. Tiende siempre a lo alto, ya sea en las cosas temporales, ambicionando una gran fortuna, un comercio extenso, una casa magnífica, un nombre prestigioso o un puesto destacado; o bien en las cosas del alma, sintiendo un vehemente deseo de santificarse, de hacer grandes sacrificios por Dios y por el prójimo, y de salvar muchas almas para la eternidad.
Santos con este temperamento: San Francisco de Sales, San Pablo, San Ignacio de Loyola, San Jerónimo.
Recomendamos la lectura sobre «Los temperamentos. ¿Qué son?», para continuar. Además, recomendamos la entrada ¿Cuál es mi temperamento?, para realizar el TEST. Esta entrada se realizó según Conrado Hock en su libro «los cuatro temperamentos» con comentarios agregados.

Distintivo del colérico, así del bueno como del malo.
La virtud innata del colérico es la generosidad, que desprecia lo bajo y vil y suspira por lo noble, grande y heroico. Otra virtud inmediata que lo caracteriza es la magnanimidad.
En estas aspiraciones a lo grande, lo apoyan:
• Un entendimiento agudo. La mayoría de las veces —aunque no siempre— el colérico posee un buen talento; es un hombre intelectual, aunque su fantasía y, especialmente, su vida interior, suelen estar poco desarrolladas, quedando algo raquíticas.
• Una voluntad fuerte. No se amilana ante las dificultades; por el contrario, emplea toda su vitalidad y persevera, incluso a costa de grandes sacrificios, hasta llegar a su meta. No conoce la pusilanimidad ni el desaliento.
• Un gran apasionamiento. El colérico es el hombre de las grandes pasiones; rebosa de un violento apasionamiento, especialmente cuando encuentra resistencia o cuando persigue sus altos ideales.
El colérico posee un instinto —a menudo inconsciente— de dominar y sujetar a los demás. Ha nacido para mandar; se encuentra en su elemento cuando puede ordenar y organizar grandes masas de personas.
Su ira siempre es hacia adelante, es decir, se canaliza en acción. Por eso, es fundamental saber si una persona es colérica, porque si se la presiona con una amenaza, lo más probable es que avance en vez de retroceder.
La imprudencia es un obstáculo sumamente peligroso para el colérico en su aspiración a lo grande. Tiende a ser absorbido de inmediato por lo que desea intensamente y se lanza apasionada y ciegamente hacia la meta concebida, sin detenerse a reflexionar si el camino elegido realmente conduce al fin deseado.
Ve solo ese camino, elegido en un momento de pasión y poca reflexión, sin considerar que quizás otro camino le permitiría llegar con más facilidad y seguridad. Cuando se encuentra con grandes obstáculos en ese camino equivocado, puede, cegado por la soberbia, tener dificultades para desandar lo andado y aun así insistir, probando lo imposible con tal de alcanzar su objetivo.
Es como el perro que traba la mandíbula por instinto genético. El colérico es un hombre o una mujer de grandes pasiones, y cuanta más resistencia encuentra, más intensamente persigue su objetivo. Hay un dicho que dice: “No dejes para mañana lo que puedes hacer hoy”; el colérico es al revés: hace hoy lo que debe hacer mañana.
Llega, por decirlo así, a perforar la pared con la cabeza, teniendo al lado una puerta abierta que le franquea la entrada. De este modo, malgasta sus energías, se aleja poco a poco de sus mejores amigos y acaba por quedar aislado y mal visto en todas partes. Incluso después de haber arruinado sus más bellos éxitos, todavía niega ser la causa principal de sus fracasos.
Esta imprudencia en la elección de los medios también se manifiesta en sus aspiraciones a la perfección, de modo que, a pesar de todos sus grandes esfuerzos, puede no llegar a alcanzarla. El colérico puede prevenir este peligro si se somete dócil y humildemente a las normas del director espiritual.
Análisis psicológico:
La esencia del temperamento colérico se manifiesta en que, por las influencias que recibe, se excita de inmediato y con vehemencia. La reacción es instantánea, y la impresión permanece en el alma durante mucho tiempo. La expresión de sus ojos suele ser firme, enérgica y ardiente.
Cualidades buenas del colérico
Cuando el colérico pone su vitalidad característica al servicio del bien, puede convertirse en un instrumento sumamente apto para la gloria de Dios y la salvación de las almas, lo que redunda en su propio aprovechamiento espiritual y también temporal. A todo esto contribuyen notablemente la agudeza de su entendimiento, su aspiración a lo noble y grande, el vigor y la decisión de su voluntad varonil, y esa maravillosa amplitud y claridad de miras con la que concibe sus pensamientos y proyectos.
El colérico posee una enorme fuerza de voluntad, pero no comprende fácilmente el sufrimiento ajeno, ya que él mismo suele atravesar sus propios dolores sin detenerse demasiado en ellos. Por eso, tiende a pensar que todos deberían hacer lo mismo o que ese es el modo correcto de afrontar el dolor.
El colérico es como el rey David, que exclama: “¿Quién es este filisteo incircunciso para insultar a las tropas del Dios vivo?” y avanza con una piedra. Le provoca rechazo o incluso desprecio que otros no tengan esa misma actitud combativa.
Con relativa facilidad, el colérico puede llegar a la santidad. De hecho, los santos canonizados por la Iglesia son, en su gran mayoría, coléricos o melancólicos. Un colérico sólidamente formado no experimenta grandes dificultades para mantenerse recogido en la oración, pues, gracias a la energía de su voluntad, desecha fácilmente las distracciones. Esto se explica, ante todo, porque por naturaleza sabe reconcentrar con gran prontitud e intensidad toda su atención en un asunto determinado. Esta es, probablemente, también la razón por la cual los coléricos llegan con facilidad a la contemplación, o, como la llama Santa Teresa, a la oración de quietud. En ningún otro temperamento se halla la contemplación propiamente dicha con tanta frecuencia como en el colérico.
El colérico bien desarrollado es muy paciente y fuerte para sobrellevar dolores corporales, sacrificado en los sufrimientos, constante en las penitencias y mortificaciones interiores, magnánimo y noble con los menesterosos y débiles, y lleno de repugnancia hacia todo lo vil y bajo.
Y aunque la soberbia penetre el alma del colérico —por decirlo así— hasta sus últimas fibras, de modo que parezca no tener otra pasión más que esa, sabe sobrellevar, e incluso buscar voluntariamente, las más vergonzosas humillaciones si aspira seriamente a la perfección.
Por su naturaleza insensible y fuerte, tiene pocas tentaciones de concupiscencia y puede llevar con gran facilidad una vida casta. Sin embargo, si el colérico se entrega voluntariamente al vicio de la impureza y busca en él su satisfacción, las erupciones de esta pasión pueden ser atroces y horrendas en su alma.
El colérico también logra hacer grandes cosas en su labor profesional. Por ser su temperamento activo, se siente continuamente impulsado a la actividad y al trabajo. No puede estar desocupado, y realiza sus tareas con rapidez y aplicación; todo le funciona muy bien. De hecho, necesita ejercitar la voluntad para dejar de trabajar, ya que nunca puede ni debe estar inactivo, siempre debe estar ocupado en cosas lícitas.
En sus empresas, es persistente y no se amedrenta ante las dificultades. Se le puede confiar puestos complejos y responsabilidades grandes con tranquilidad. En su modo de hablar, el colérico es breve y conciso; no es amigo de repeticiones inútiles. Esta forma firme y directa de expresarse le otorga, especialmente en el ámbito educativo, gran autoridad.
Las educadoras coléricas tienen algo de varonil y no ceden fácilmente ante sus alumnos, a diferencia de las melancólicas, que muchas veces pueden mostrarse indecisas. Además, los coléricos saben guardar silencio con firmeza, como un sepulcro.
Existe una anécdota del Padre Javier Olivera Ravassi, en la que visitó a una persona enferma de cáncer. Al preguntarle: «¿Cómo estás?», el enfermo respondió: «Aquí ando, agonizando». Ese es el colérico clásico.
Cualidades malas del colérico
A. Orgullo: que se manifiesta sobre todo en los siguientes puntos:
- El colérico es muy pagado de sí mismo.
- Al colérico hay que decirle que no es capaz de hacer algo para que vaya a hacerlo.
- Tiene en alta estima sus cualidades personales y sus éxitos y se tiene por algo excepcional y llamado a altos destinos. Hasta sus mismas faltas, por ejemplo, su orgullo, testarudez y cólera, las considera como justificables y aún dignas de toda aprobación. El colérico se parece a una herejía famosa en la iglesia en los primeros siglos, la de los pelagianos. Todo a fuerza de ellos mismos, un voluntarismo enorme, y no se da cuenta de que hay que mirar hacia el cielo y pedir la gracia.
- El colérico es muy caprichoso, egotista. Cree tener siempre razón, quiere tener la última palabra, no sufre contradicción y no quiere ceder en nada.
- El colérico se fía mucho de sí mismo. Es decir, de su ciencia y facultades. Rechaza la ayuda ajena, le gusta hacer solo los trabajos, ya por creerse más apto que los demás, en la plena seguridad de su propia suficiencia para llevar a feliz término la obra emprendida. Difícilmente se convence de que aun en cosas de pequeña monta requiere el auxilio divino; por lo cual no es de su agrado impetrar la gracia de Dios y quisiera con sus propias fuerzas resistir victoriosamente a grandes tentaciones. Por esta presunción, en la vida espiritual cae el colérico en muchos y graves pecados y es esta también la causa por la que tantos coléricos, a pesar de sus grandes sacrificios, no llegan nunca a hacerse santos. En él radica una buena parte del orgullo de Lucifer. Se conduce como si la perfección y el cielo no debieran atribuirse en primer lugar a la gracia divina, sino a sus personales esfuerzos.
- El colérico desprecia a su prójimo. A los demás los tiene por tontos débiles, torpes y lerdos, por lo menos en comparación suya. Este menosprecio por el prójimo lo pone de manifiesto en sus palabras despreciativas, burlonas e inconsideradas y en su proceder altanero con los que le rodean, sobre todo con sus súbditos. No comprende la tristeza del ser querido, no comprende que otros no trabajen lo mismo que él o que se esmeren lo mismo que él. El colérico avanza; si hay alguien en el camino, lo lleva por delante.
- El colérico es ambicioso y mandón. Siempre quiere figurar en primer término, ser aplaudido y suplantar a los demás. Su ambición le hace empequeñecer, combatir y perseguir a aquellos que se le cruzan en el camino, y esto no raras veces con medios poco nobles.
- El colérico se siente hondamente herido cuando es avergonzado y humillado. No sin mal humor recuerda sus pecados, pues le obligan a tenerse en menos y no pocas veces llega hasta desafiar a Dios. No hay nadie que pueda herir tan dolorosamente a un colérico con las palabras de recriminación por su soberbia. Por eso, en la educación de un colérico se deben evitar las humillaciones para que no se agrie y explicarle las cosas con mucha claridad.
Cuentan la historia cómica del colérico San Ignacio de Loyola, quien, recién convertido, vivió una escena muy particular. Un musulmán habló muy mal de la Virgen María, y San Ignacio, con su temperamento aún no del todo domado, se propuso que, si su caballo seguía el mismo camino que el del musulmán, le cortaría la cabeza por haber agraviado a la Virgen.
Así era el recién convertido —y colérico— San Ignacio.
El colérico se excita profundamente.
El colérico se excita profundamente ante la contradicción, la resistencia o las ofensas personales. Este estado de ánimo se exterioriza en forma de palabras duras que, aunque dichas con cortesía y corrección, hieren profundamente por el tono en que son pronunciadas.
No hay nadie que pueda herir tan dolorosamente con tan pocas palabras como un colérico. Pero lo más agravante es que, en la vehemencia de su ira, el colérico suele hacer recriminaciones falsas y exageradas. En su apasionamiento, puede llegar a malinterpretar y tergiversar las mejores intenciones de quien él cree que lo ha ofendido, y reprochar esas supuestas ofensas con las expresiones más amargas.
La injusticia con que trata a sus semejantes en esos momentos hace que se enfríen sus mejores amistades.
Su ira culmina no pocas veces en un paroxismo de rabia y furor; y de allí, hay un solo paso hacia el odio reconcentrado. Los grandes insultos jamás los olvida. El colérico, movido por su ira y orgullo, se deja llevar por acciones que sabe perfectamente que le serán perjudiciales, ya sea para su salud, su trabajo o su fortuna. Actos impulsivos por los cuales puede verse obligado no solo a abandonar su empleo, sino también a romper con antiguas amistades.
El colérico es capaz de renunciar a proyectos acariciados durante años, simplemente por no ceder a un capricho. Como dice el P. Schram en su Teol. mist. II, 66: “El colérico prefiere la muerte a la humillación.”
Hipocresía y disimulo.
La soberbia y terquedad conducen al colérico no pocas veces a medios tan ruines como el disimulo e hipocresía, pudiendo ser, por otra parte, muy noble y sincero por naturaleza. No queriendo confesar una debilidad o derrota, disimula. Al ver que sus proyectos no salen a pedir de boca, a pesar de su empeño, no le resta más que fingir y valerse de fraudes y mentiras. El P. Schram dice en otro lugar: “Si es castigado, no corrige sus vicios; antes bien, los oculta”.
Insensibilidad y dureza
El colérico es, ante todo, un hombre intelectual; tiene, por decirlo así, dos inteligencias, pero un solo corazón. Esta deficiencia en la vida sentimental le trae no pocas ventajas. No se apesadumbra al verse privado de consolaciones sensibles en medio de la oración y puede soportar por largo tiempo el estado de aridez espiritual. Es ajeno a sentimientos tiernos y afectuosos y aborrece las manifestaciones delicadas de amor y cariño que suelen nacer de las amistades particulares.
Tampoco una malentendida compasión es capaz de hacerle abandonar el camino del deber y de obligarle a renunciar a sus principios. Más esta frialdad de sentimientos tiene también sus grandes desventajas. El colérico puede permanecer indiferente e insensible frente al dolor ajeno y, si su propio encumbramiento lo reclama, no vacila en pisotear despiadadamente la felicidad que otros disfrutan. Sería de desear que los superiores de índole colérica se examinaran diariamente, si no han sido tal vez duros y exigentes con sus súbditos, particularmente con los enfermizos, débiles de talento y remisos.
El colérico quisiera ser más afectuoso, pero tiene que hacer un esfuerzo para dar un abrazo, tiene que hacer un esfuerzo para decir un “te amo” o un abrazo a algún familiar o, peor aún, pedir perdón.
De lo que el colérico tiene que observar particularmente en su propia educación.
a. El colérico debe sacar grandes pensamientos de la palabra de Dios (meditación, lectura, sermón) o de la experiencia de su propia vida. Ellos han de arraigarse bien en su alma y entusiasmarle siempre de nuevo hacia el bien y las cosas de Dios. No hace falta que sean muchos esos pensamientos. Al colérico san Ignacio de Loyola, le bastaba el de: “Todo para la mayor gloria de Dios”; al colérico san Francisco Javier: “¿Qué aprovecha al hombre ganar el mundo entero si con ello daña a su alma?” Un buen pensamiento, que cautiva al colérico, le servirá de norte y guía para conducirlo, a pesar de todas las dificultades, a los pies de Jesucristo.
b. Un colérico debe aprender a pedir diariamente a Dios con constancia y humildad su ayuda divina. Mientras no haya aprendido esto, no adelantará mucho en el camino a la perfección. Pues también para el colérico vale la palabra de Cristo: “Pedid y recibiréis”, y si además se venciera para pedir un consejo y apoyo a su prójimo, aunque no fuera sino a su superior o confesor, adelantaría aún más. Así como su defecto dominante es el orgullo, hay que educarlo en la humildad, decirle desde pequeño y desde chico que todas las cosas buenas son al servicio de Dios y del prójimo.
c. Un colérico debe dejarse llevar en todo por este buen propósito: No quiero buscar nunca mi propia persona, sino que he de considerarme siempre:
- Como instrumento de Dios que él puede usar a discreción.
- Como siervo de mi prójimo, que diariamente se sacrifica por los demás. Debe obrar según la palabra de Cristo: “Quien entre vosotros quiera ser el primero, sea el siervo de todos”.
- Un colérico tiene que luchar continuamente contra el orgullo y la ira. El orgullo es su desgracia, la humildad su salvación.
- ¡Haz sobre este punto tu examen particular por muchos años!
- ¡Humíllate por propia iniciativa ante los superiores, el prójimo y en la confesión! Pide, por una parte, a Dios y a los que más de cerca te rodean humillaciones, y por otra, acepta con generosidad las que te sobrevengan!
Vale más para un colérico ser humillado por otros que humillarse a sí mismo.
De lo que hay que observar en la educación de un colérico.
El colérico, con sus facultades, puede ser de grande utilidad a la familia, a los que le rodean, a la comunidad y al estado. Pues ha nacido para ser jefe e incansable organizador.
- El colérico bien educado va en pos de las almas extraviadas sin descanso ni respeto humano. Propaga con constancia la buena prensa y trabaja de buena gana a pesar de malos éxitos en el florecimiento de las asociaciones católicas, siendo así una bendición para la iglesia. Más, por otra parte, si el colérico no combate las malas cualidades de su temperamento, la ambición y la obstinación le podrán llevar al extremo de causar, como la pólvora, grandes estragos y confusión en las asociaciones públicas y privadas. Por lo cual, el colérico merece una esmerada educación, sin escatimar trabajos y sacrificios, ya que son grandes los bienes que ella aporta.
- Al colérico hay que perfeccionarlo bien en cuanto sea posible, a fin de que aprenda realmente algo, siendo sus aptitudes excelentes. De lo contrario, querrá él mismo perfeccionarse más tarde, descuidando su labor profesional o, lo que es mucho peor, envaneciéndose sobremanera de sus habilidades, aunque en realidad no haya cultivado sus aptitudes, en rigor haya aprendido algo.
- Los coléricos, menos aprovechados de talento o con sus facultades poco desarrolladas (en las fuerzas de sus facultades), pueden llegar, una vez independientes o con el cargo del superior en las manos, a grandes desaciertos y amargar la vida de los que les rodean, obstinándose en sus órdenes, aunque no entiendan mucho ni tengan claros conceptos de lo que se trata. Tales coléricos obran a menudo según aquel famoso axioma: “Sic volo, sic jubeo; stat pro ratione voluntas”. Así la quiero, así la ordeno; baste mi voluntad por razón.
2. Hay que inducir al colérico a que se deje educar voluntariamente, es decir, a que acepte voluntaria y alegremente todo lo que se le ordena para humillar su orgullo y refrenar su cólera. No se corregirá al colérico con un tratamiento duro y orgulloso, porque se encuentra uno con una coraza indestructible; antes bien, se agriará y endurecerá más; en cambio, proponiéndole razones y motivos sobrenaturales, se le podrá llevar fácilmente a lo bueno. En la educación del colérico no hay que dejarse llevar por la ira diciendo: “A ver si llego a romper la terquedad de este hombre”. Al contrario, hay que quedarse tranquilo y esperar a que también se tranquilice el educando; luego, se le podrá hablar en estos términos: “Sea sensato y déjese conducir de manera que puedan subsanarse sus faltas y ennoblecerse lo bueno en usted”.
También en la educación del niño colérico, lo principal será el sugerirle buenos pensamientos, ponerle ante los ojos su buena voluntad, su pundonor, su repugnancia a lo bajo, insinuarle su felicidad temporal y eterna e inducirle a corregir, bajo la dirección del educador, sus faltas y perfeccionar sus buenas cualidades, por iniciativa propia. No conviene agriar al niño colérico con castigos vergonzosos, sino que más bien hay que persuadirlo de la necesidad y justos motivos del castigo impuesto.
Hay que insinuarle y darle esa repugnancia por lo bajo, por lo vil, diciéndole “No podés hacer lo mismo que hacen todos”, “esto es para la gente que no tiene valentía” o “esto es de mala gente”. El corazón de un colérico se inflama ante esto, no quiere ser igual que el resto; hay que hacerlo vibrar por las buenas cosas.
Ejemplo en el matrimonio:
“Mi esposo es hermético, no expresa sentimientos y es más lento que una avalancha de globos.”
—Laura, la colérica
Laura y Gonzalo están casados desde hace once años. Ella es colérica y él, flemático. Cuando se conocieron, Gonzalo quedó deslumbrado por la energía de Laura. Estas cualidades han sido de gran beneficio para el hogar: Laura tiene metas altas y siempre está trabajando en algún proyecto para el avance de la familia. Además, es una fuente constante de motivación y empuje para su amado esposo, quien ha logrado cumplir algunas metas que, sin ella, no habría alcanzado.
Pero también existen debilidades: los coléricos tienden a tener una actitud arrolladora. A Gonzalo le incomoda lo imponente que puede ser su esposa, ya que ella tiene una opinión firme, y cuando dice algo, él sabe que no podrá hacerla cambiar de parecer. “Tengo que hacer lo que ella diga”, comenta el tolerante esposo. Además, Laura puede mostrarse fría y, a menudo, bastante cortante al hablar.
Un consejo para ambos:
Gonzalo, celebra las virtudes de tu esposa y permite que siga beneficiando al hogar con su energía y determinación. Laura, trata de ser consciente de que, por tu temperamento colérico, tiendes a ser acaparadora. Dale también espacio a tu esposo para que pueda liderar. Controla tus actitudes y tus palabras.
“Es mejor ser paciente que poderoso; mejor es dominarse a sí mismo que conquistar una ciudad.”
Proverbios 16:32
¿Serás capaz de pedirles perdón?
Psicopatología:
Por el temperamento, podemos decir que el colérico puede tender a ciertas patologías por las propias virtudes y defectos que lleva en sí. Aunque es cierto que nadie está libre de cualquier patología, tener un temperamento colérico, que no es trabajado, ni educado, ni fomentado en sus buenas cualidades, lleva a ciertas disposiciones que luego se convierten en patologías.
Se debe guardar especial atención a la inclinación a los rasgos neuróticos, que pueden llevar a una gran ansiedad, que a su vez esto repercute como con palpitaciones. También se debe cuidar la adicción al trabajo o a los proyectos, dando más espacio a la paciencia. Claro está que hablar de una patología específica para un colérico es inviable, pero haciendo una lectura pausada y pensada sobre el temperamento, puede ayudar mucho a la salud mental.
Temperamento colérico mixto:
El temperamento colérico – sanguíneo
En él la excitación es instantánea, como asimismo la reacción; la impresión, en cambio, no es tan duradera como en el temperamento netamente colérico. La soberbia de este se mezcla con vanidad, su ira y terquedad se templan y moderan, su corazón se ablanda.
Resulta, por tanto, una mezcla muy feliz. El temperamento sanguíneo-colérico se parece al colérico-sanguíneo; con la sola diferencia de que aquí los distintivos del sanguíneo pasan a primer plano y los del colérico al segundo. La excitación y la reacción se siguen inmediatamente y con vehemencia, mientras que la impresión no se pierde tan pronto como en el temperamento puramente sanguíneo, si bien no va tan a fondo como en el colérico puro. Los defectos del sanguíneo, como su ligereza, superficialidad, distracción y locuacidad, están mejorados por la seriedad y firmeza del temperamento colérico.
Contarán con una gran cantidad de energía e inspiración para iniciar proyectos y finalizarlos. La creatividad y la sensibilidad del sanguíneo le darán flexibilidad, mientras que el temperamento dominante colérico le dará la tenacidad y perfección para acabarlo.
Sin embargo, esta combinación sin un trabajo de voluntad, sin lineamientos y formación forma una persona implacable, impaciente con los demás; puede tener faltas graves con su imprudencia. Así como tiene grandes habilidades, puede caer en grandes defectos.
El temperamento colérico – melancólico y el melancólico – colérico
Aquí entran en unión dos temperamentos serios y apasionados: el orgullo, la terquedad y la ira del colérico con el carácter gruñón, rudo y taciturno del melancólico. El hombre provisto de semejante mezcla de temperamentos necesita mucho dominio sobre sí mismo, a fin de alcanzar la paz del alma y de no ser cargoso a los que viven o trabajan con él.
Se mezcla un temperamento meticuloso con uno estratégico. En el caso de ser colérico-melancólico, la tendencia del colérico a actuar de forma rápida e impetuosa, haciendo juicios rápidos y abarcadores, será moderada por el análisis y reflexión cuidadosa del melancólico. Se puede observar personas con gran atención a los detalles y con un fuerte sentido del orden y la disciplina. Tanto el colérico-melancólico como el melancólico-colérico serán motivados por altos ideales y auto sacrificio.
En el caso de ser melancólico-colérico, las propias carencias del melancólico, como son la timidez, la lentitud, serán moderadas por el colérico, logrando ser un poco más sistemática, metódica.
Se debe observar la tendencia de autocrítica excesiva, la crítica a otros, siendo desdeñoso o sentencioso a otros, siendo desconfiado y ensimismado, guardando las propias debilidades de cada temperamento que en este caso confluyen.
El temperamento colérico – flemático
En fuentes de consulta, las combinaciones colérico-flemático resultan poco frecuentes. Al ser dos temperamentos opuestos en cuanto a la impresión y la reacción, uno modera al otro, logrando una armonía más estable que el temperamento colérico-sanguíneo.
Es muy determinado, no tan emotivo, pero muy individualista, lo que tiene por ventaja no dejarse llevar por los demás, pero con la desventaja de anteponer su autonomía y sus intereses por encima de otros. Muy capaz, organizado, con objetivos claros, aunque terco, no reconociendo los errores, puede guardar rencor y amargura.

Bibliografía
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HOCK, Conrado. (2010) Los cuatro temperamentos. Su influencia en la formación y educación de la persona.

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